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¿Con el invierno se daña un poco la asistencia a las caminatas? “Mire usted que no. De hecho, en esta época, que está lloviendo tanto, está viniendo más gente al páramo”, cuenta Jorge Alexander Acero, quien nos guía por una de las tres rutas que, en recorridos de un día, se internan hacia el corazón frío y amplio del páramo de Guatanfur.
La respuesta de Acero es un dato curioso, si se quiere, pues la lluvia vuelve toda caminata algo más compleja. Y en el caso de este páramo añade varios niveles de dificultad y de pruebas de resistencia. No sólo es el agua que, tarde o temprano, termina empapando cada resquicio de ropa y piel de los caminantes. Es también lo resbaloso y casi que traicionero que se vuelve cada pedazo del sendero que se interna por el páramo hacia una cumbre conocida localmente como “Pan de azúcar”: un punto alto desde donde se mira un extenso valle poblado con frailejones y desde donde se ve, como un río de plata en la distancia, parte del embalse del Sisga.
Pero a pesar de estas dificultades tan manifiestas, como imponentes, los grupos de caminantes siguen llegando semana a semana para adentrarse en varias de las rutas que hay desde Sesquilé, no sólo hacia Guatanfur, sino también hacia destinos como el Cerro de las Tres Viejas o el Cañón de las Águilas.
Una hipótesis rápida: el invierno no detiene, sino que alienta, después de la crisis hídrica por la que pasó Bogotá y buena parte de la Sabana desde el año pasado y que se extendió hasta principios de abril.
En medio de racionamientos, alertas de incendios y reportes tétricos sobre el nivel de los embalses, entrar al páramo en esta época funciona como una cierta cura mental para la crisis: no tanto para olvidar, como para apreciar.
En la mañana de la caminata, Guatanfur despliega con potencia toda su acuosa magia: entre el viento frío y la lluvia que no cesa durante horas (nunca muy intensa, pero siempre presente), es como sumergirse en el agua, pero aún con los pies en tierra firme: nunca entrando a un lago o pasando por una cascada, apenas un pie delante del otro en cada subida, pero igual empapados hasta la médula.
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Y suena a una experiencia incómoda si se lee sin mucho cuidado, pero en el fondo entrega un poco la misma dicha infantil que suponía salir en medio de un aguacero a empaparse, pisar con fuerza los charcos, salpicar metros a la redonda; todo en un tiempo anterior a un temor muy adulto y citadino al agua, antes de ser dueño de la primera sombrilla.
Esto no quiere decir que el páramo hay que asumirlo en camiseta y sandalias. Como en cualquier caminata, el equipamiento puede ayudar a que la experiencia no sólo sea más cómoda, sino segura y satisfactoria a largo plazo. Es importante no pasar las siguientes dos semanas escupiendo los pulmones por una gripa bien habida después de unas cuatro horas de lluvia constante y con vientos helados en segmentos enteros de la ruta.
¿Cómo llegar a Guatanfur y cuál es la ruta?
Para llegar al páramo, lo más sencillo es darse cita en Sesquilé con el guía. Esta es una ruta que no se puede hacer sin alguien que conozca la zona, pues prácticamente todo el recorrido carece de demarcaciones y hay que atravesar una buena parte de bosques, valles y praderas por donde cualquier camino parece buena opción para el ojo desprevenido.
Como siempre, no sólo es recomendable caminar con alguien que conozca la ruta, sino preferiblemente con un guía local, pues la experiencia siempre será más rica, además de los beneficios colaterales de apoyar el turismo y las economías locales.
Desde el pueblo hay que tomar camino hacia la Laguna de Guatavita, por una carretera que eventualmente lleva hacia la vereda de Tierra Negra, a unos 40 minutos en carro desde la plaza central de Sesquilé. Una vez allí comienza lo bueno.
La ruta hacia el páramo arranca con una subida que bien puede resumirse como agresiva y, acaso, inesperada. Nada de entrar en calor progresivamente: esto es de 0-100 en inclinación y falta de oxígeno.
Pero el esfuerzo será uno de los más duros en términos de piernas y cardio de toda la jornada: las cosas después se ponen algo más suaves, pero sobre todo más agradables. No hay que temer, apenas persistir por unos 20-30 minutos de esta primera subida que lleva hasta un punto conocido como el alto de Cruz Verde (nada que ver con la cadena de farmacias, apenas una coincidencia).
Mientras se recupera el aliento y se cuestiona la sanidad mental de quien propuso este sendero, es posible ver águilas que pasan por el alto impulsadas por las corrientes que presagian las primeras gotas de lluvia de la jornada. Un buen augurio, en todo caso.
Una vez en el alto empieza el verdadero sendero hacia el páramo, que prontamente pasa de ser un camino abierto a ser una ruta de apenas unos metros de ancho, pues se interna en un bosque cerrado por donde bajan varios riachuelos y arroyitos. El agua hace su entrada al escenario y no se irá sino hasta la tarde.
El camino ofrece vistas imperdibles de las montañas siendo consumidas por nubes y neblina y todo el bosque inmerso en una lluvia fina que dota el mundo de un brillo y una intensidad única. Si se para de caminar, apenas se escucha el escurrir del agua por las hojas de un árbol de agraz silvestre o de uvas camaronas (que recién estuvieron en temporada durante Semana Santa).
Un poco más en el fondo de esta escucha suenan los hilos de agua bajando por el sendero, chocando contra una roca, empozándose más abajo, borrando la huella fresca de una bota.
Desde el alto de cruz verde no se para hasta un punto por donde se asciende una empinada cuchilla por donde baja un viento que, en esencia, trata de sacarle a uno la vida del interior de la chaqueta. El ascenso es de apenas unos 15 minutos, pero el golpe térmico acompaña por un buen rato después de esto.
Desde allí se camina una hora más, en promedio, hasta llegar a un lugar conocido como placa huella, que nada tiene que ver con las obras de ingeniería que vuelven transitables algunos de los peores pedazos de vías complicadas del país.
Se trata de una sección del camino que está cubierta de grandes rocas, como si fuera el lomo de un enorme animal hecho de piedra. Por momentos recuerda a una de las alucinantes criaturas de la adaptación al cine (1984) de “La historia sin fin”, el libro de Michael Ende.
Este punto marca el final de una de las rutas más populares de Guatanfur. Hasta este momento, el recorrido ha tomado unas tres horas.
Sin embargo, desde acá aún faltan unos dos kilómetros para llegar al “Pan de azúcar”, que ya se ve en la distancia, entre la neblina y la lluvia. Se trata de una cima como salida de un cuento infantil: si un niño dibuja una montaña cualquiera, es muy probable que haya hecho un retrato de la colina que marca el destino de esta caminata.
Desde el lomo del dragón de piedra hasta la cima es una hora más de camino, con algunas subidas importantes, llenas de barro y pedazos en donde se desea tener unos dos metros más de piernas para poder dar pasos más cómodos.
Pero lo que cuesta este esfuerzo se ve recompensado cuando uno se detiene para observar el paisaje: a esta altura, el viento pasa cargado de agua justo en frente de uno; sí, se llaman nubes, pero en este punto es casi como si se pudiera ir flotando en ellas hasta donde llega la vista. Los cerros circundantes aparecen y desaparecen al ritmo de una neblina que llega y muere en un ciclo constante entre ser y no ser.
Unos metros más arriba, el viento choca contra una de las laderas de la montaña y de repente se hace un silencio sobrecogedor. Apenas suena el pulso, el leve crujir de una hoja. Pero mucho más que eso, como si el mundo hubiera quedado suspendido de repente.
Al llegar a la cima, la danza de las nubes y la neblina continúa y por momentos una gran vista se revela. Y un instante después todo se cubre de una húmeda blancura. Si se tratara de un barco, el vigía de este momento gritaría “agua a la vista”.
Con 3.500 metros sobre el nivel del mar y una posición privilegiada sobre el páramo, el “Pan de azúcar” es el punto ideal para tomar un almuerzo rápido: la mejor mesa de la región, sin duda.
El descenso sucede entre una intensa lluvia, que dura apenas un cuarto de hora, seguida de una tarde cálida y soleada que nos acompaña durante las tres horas de camino hasta los carros. El cambio en el clima se siente casi como una concesión del páramo, un guiño de los elementos que en este recorrido se han presentado con un amplio repertorio de belleza. Mañana nos dolerá hasta el pelo. Pero ese es un problema para mañana. Hoy se trata del agua, la luz y el viento. El suave tacto de los frailejones, el agua de cada charco entrando en las botas, la dicha de estar vivos para poder seguir poniendo un pie delante del otro.
Datos prácticos para ir a Guatanfur
Algunos asuntos importantes para hacer la caminata hacia el Pan de azúcar, en el páramo de Guatanfur:
- El punto de encuentro de la caminata es en el parque principal de Sesquilé. Desde allí son 40 minutos en carro hasta la vereda de Tierra Negra y la entrada hacia el páramo.
- Es importante llevar calzado adecuado, preferiblemente impermeable: botas de senderismo o de caucho.
- Así mismo, es clave tener protección contra la lluvia: un buen impermeable o un poncho de lluvia. Nada de paraguas, pues buena parte del sendero pasa por un bosque bien cerrado en donde la sombrilla será una invitación a enredarse, además de un daño inminente contra la vegetación.
- El recorrido completo, idea y vuelta, toma poco más de 6 horas, a buen paso. No se trata de un carrera y el camino invita a la contemplación en varios momentos, pero hay que seguir con paso firme y continuo.
- No se pueden llevar mascotas de ningún tipo no sólo por las condiciones del sendero (angosto, embarrado y quebrado por momentos), sino por seguridad del propio páramo: cuidar estos ecosistemas es fundamental a la hora de hacer cualquier recorrido.
- Hay que ser muy cuidadosos con la basura que cada uno genera: llevar una bolsa para recoger paquetes, servilletas y demás desperdicios es no sólo una buena práctica, sino algo necesario.
- Caminar con cuidado: el páramo no es una pista de baile, así que hay que cuidar cada paso no sólo por la salud de sus tobillos y rodillas, sino también de las plantas y el resto de vida que habita en Guatanfur.