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Cascada de Sueva: una pequeña joya muy cerca de Bogotá

La cascada de Sueva es uno de los grandes atractivos para quienes apenas están comenzando en el mundo del senderismo.

Santiago La Rotta
04 de febrero de 2025 - 01:15 a. m.
La Cascada de Sueva, en Cundinamarca, es un gran destino para senderistas.
La Cascada de Sueva, en Cundinamarca, es un gran destino para senderistas.
Foto: Santiago La Rotta
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“Hoy hay poquita gente. A veces todo esto está lleno de gente, 100 personas fácilmente”, dice Santiago Prieto, el guía del día.

La caída de agua es uno de los atractivos de esta región, a la cual se puede llegar por el camino que lleva hacia el pueblo del mismo nombre, en uno de los costados de la cordillera que comienza con poblaciones en Cundinamarca (Guasca en primer lugar y después otras más, entre ellas Sueva y Junín) y eventualmente llega a los dominios del Meta, en los Llanos.

Suena lejos, pero lo cierto es que, hasta el comienzo de una de las dos caminatas que se pueden hacer para llegar a la cascada el recorrido toma unas dos horas desde Bogotá (y un poco menos si se mide desde los peajes del Norte o de Patios en la vía hacia La Calera).

¿Dos caminatas? Sí, dos formas establecidas para llegar a la cascada: una de 40 minutos, con un desnivel de poco más de 100 metros. Y una ruta de unas tres horas, que lleva por bosques y cretas de montañas, antes de adentrarse en los terrenos de la caída de agua.

Obvio, vamos por la larga.

La cita con Santiago es en un parador justo antes de entrar a Sueva, un pequeño pueblo de vocación agrícola y ganadera con más pobladores rurales que urbanos (técnicamente, una inspección, no un municipio).

Hasta este lugar llegan los ciclistas más avezados, pues el camino de vuelta a Bogotá es no sólo sinuoso, sino con un desnivel que los lleva de los 2.000 metros a lugares en donde hay vegetación casi casi que de páramo.

Para el dolor de piernas nada como un buen caldo de costilla o un tinto endulzado con a, si se quiere. Aunque la opción de menú también aplica para comenzar a caminar.

La ruta, dice el guía, puede tomar entre dos y tres horas, dependiendo del ritmo del grupo (vamos cuatro en esta ocasión). El día está despejado y el enemigo más grande de la caminata no será el terreno escarpado o las subidas, sino el sol intenso que pone todo un poco más difícil.

De preferencia, el clima ideal para estas salidas es cuando está nublado. La lluvia tiene todo su encanto, en especial en los páramos, pero también puede complicar demasiado algunos terrenos. Y sí, el sol suele mejorar las fotos. Pero lo cierto es que un rayo inclemente cayendo como láser de villano de James Bond hace todo un poco más complicado.

Antes de salir, una estirada rápida, un repaso de bloqueador, par sorbos de agua y a darle átomos.

El camino, en general, incluye algunos ascensos, pero nada grave. La ruta arranca en uno de los costados de Sueva y rápidamente se interna hacia caminos veredales durante una media hora, más o menos. Fincas a lado y lado del camino. Perros que salen a cuidar sus casas, otros a saludar. Nada fuera de lo normal. Y el sol ahí, dándolo todo en la pista.

En total, la ruta incluirá subidas que, en conjunto, nos harán elevar unos 600 metros. Pero se hará de forma muy progresiva y no consecutiva. En otras palabras, algunas subidas aquí y allá, ninguna muy intensa y todas por terrenos que, al menos en temporada seca) no presentan mayores obstáculos ni retos para prácticamente ningún caminante.

De hecho, esta ruta puede ser un buen comienzo para quienes apenas se adentran en el mundo del senderismo o las caminatas, si acaso la primera palabra suena demasiado grandilocuente.

El camino llega a su primer trecho de subida, y uno de los más bellos del recorrido, luego de pasar una pequeña central hidroeléctrica que Cemex tiene en la zona (en total se verán dos en la caminata).

De la carretera veredal se pasa a la subida de una colina cuyo suelo está cubierto totalmente de cascajo y con árboles delgados, pero de buena altura, que fueron sembrados muy cerca unos de los otros. Esto no sólo da un descanso merecido y necesario del rayo de sol de enero, sino que ofrece una vista reconfortante: caminar bajo el abrigo de una gran sombrilla verde que apenas se mece con el viento. Un fulgor de sol aquí y allá y el sonido de los árboles crujiendo con la brisa terminan por sellar una sensación de protección y bienestar mientras la colina se va empinando un poco más (aunque nada muy intenso, apenas para despertar en serio el corazón).

Para cuando salimos del bosque, llevamos poco más de una hora caminando y es un buen momento para hacer una pequeña pausa de hidratación y contemplación, pues la elevación ganada permite asomarse a la parte baja de un valle gobernado por montañas cortadas casi que en cuchilla, de un verde intenso que contrasta con las rocas que sobresalen en los quiebres.

La caminata continúa por una pequeña ruta veredal antes de llegar al segundo segmento de subida, que toma unos 20 minutos en ser coronado, pero que, a diferencia del anterior, sí recibe el sol de forma directa. La vegetación ya no son árboles casi centenarios y protectores, sino monte salvaje, apenas interrumpido por un sendero algo embarrado por momentos (aún en los días secos de enero), por el que a veces sólo cabe un caminante a lo largo. En otras palabras, una típica trocha colombiana, que no por común está desprovista de encanto.

El corazón siente la subida y el calor se encarga de recordar que en la maleta van botellas de agua y almuerzos haciendo lo suyo con la gravedad y el terreno. Pero al llegar a la cresta nos espera otro momento de corto descanso y una vista más bella que la anterior, con un cielo despejado del que penden apenas un par de nubes encima del límite oriental de la cordillera. Abajo sigue el valle, el río encauzado que alimenta la central y en la lejanía orbitan un par de chulos en las corrientes frescas de aire, como si se trataran de cometas negras.

Después de un breve descanso empieza el último segmento de la ruta, que toma aproximadamente una hora antes de llegar a la cascada, en donde comienzan a verse otros caminantes (los de la ruta corta, por la cual haremos nuestro descenso). Hasta ese punto, aparte de un trío de perros amistosos que nos escoltaron una media hora, hemos cruzado palabra con dos o tres personas. El resto del sonido ha sido el de la bota contra la tierra, el barro y la arena. El sol moviendo hojas. El río distante. El mundo apenas moviéndose casi que al ritmo de cada paso.

Antes de llegar a la cascada hay una pequeña tienda, en donde varios de los visitantes del día aprovechan para comprar agua o sentarse un poco. Si bien son apenas 40 minutos desde la carretera hasta arriba, la última sección del ascenso puede ser algo desafiante para alguien que no esté particularmente en forma. No es imposible, ni peligrosa. Sino que toca hacerla con algo más de pausa y calma. Nada más.

Después de la tienda, con una bajada previa por pastizales para ganado, está la cascada de Sueva, uno de los mayores atractivos de la zona. A lo lejos se escuchan gritos de emoción, o acaso de dolor, que vienen de quienes se adentran en sus aguas que, aún bajo el rayo del sol, bajan con todo el frío de la roca.

La cascada, en sus días de mayor caudal, es una presencia imponente. O al menos así se intuye en videos y fotos porque para este momento, enero siendo enero, se muestra más bien con una caída que está más cerca de adjetivos como tímida que torrentosa.

Aún así, su belleza es innegable y el caudal menor permite llegar más cerca a la pared por donde bajan las aguas, disfrutando de una brisa fresca y el eventual rocío que se recibe no sólo con agrado, sino con gratitud bajo el sol.

El lugar, aunque con varios visitantes, no está en su mayor momento de ocupación, a juzgar por lo que dice Santiago, el guía. Y se agradece: no hay parlantes a la vista y, en general, todos estamos allá para participar de la magia que ofrece la sencillez de los elementos.

Las rocas alrededor de la caída son un gran lugar para tomar un almuerzo rápido: “La mejor mesa de la zona”, dice uno de los caminantes. Con toda razón.

Después de la mecánica del almuerzo, el lugar invita a pasar un rato viendo y estando. Sí, puede sonar algo hippie, pero el agua embelesa. Eso es algo bien sabido. Y, al final, parte de la razón detrás del senderismo es justamente esta: ir, observar, sentir.

El verbo siguiente que aplica a este momento es regresar. Con las maletas algo más ligeras, pero con los músculos algo más fríos, comenzamos el descenso, que nos lleva por la ruta corta que toman muchos caminantes.

El sendero arranca con una bajada con buena pendiente, pero con rocas grandes y estables que permiten encontrar puntos de apoyo sin ningún problema. Algo así como una escalera primitiva, salida de una era geológica.

De ahí en adelante la ruta es por caminos de veredas que en un punto pasan por otra pequeña central hidroeléctrica (instalaciones no más grandes que una escuela rural, si se quiere). El sendero en este punto es común y corriente. Pero pasado el medio día recibe directamente el sol de la tarde.

En menos de 40 minutos uno se encuentra en la vía principal en donde, bajo el abrigo de un pequeño parador de bus en donde puede tomar transporte de vuelta a Bogotá, de camino a Sueva (por si acaso dejó su automóvil allí) o esperar a quien lo recoja (si se trata de un bus o una van de una excursión).

@elespectador

Conozca la Cascada de Sueva, una de las caminatas buenas y bonitas que puede hacer cerca a Bogotá. En Entre Montañas, el espacio sobre senderismo de El Espectador, le contamos todos los datos que necesita saber ⛰️🌄 #senderismocolombia #caminatas #ecologicas #planesbogota #noticiastiktok #medioambiente🌎🌿cuidamos

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Silvia(01828)04 de febrero de 2025 - 10:49 p. m.
Qué lindo. Idílico pasar tiempo en la naturaleza. Disfrutar del conocido "baño de bosque".
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