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Negociar con talibanes no es parte de cualquier rutina laboral. Para Julia García Zamora, politóloga colombiana y humanitaria de Médicos Sin Fronteras (MSF), sí lo fue.
Durante su más reciente misión en Afganistán, como en muchas otras, tuvo que sentarse frente a autoridades locales, la mayoría de veces conformada solo por hombres, en contextos de profundas desigualdades de género, con el objetivo de garantizar el desarrollo de los proyectos médicos que la organización mantiene en varios países.
Allí, dice que jamás le dieron la mano para saludarla, ni la miraron a los ojos, pero, añade, “sabían que tenían que hablar conmigo porque era yo quien tomaba las decisiones”.
García, entre 2024 y 2025, fue jefa de terreno y directora de misiones de tres proyectos humanitarios en distintas provincias afganas. Coordinaba el funcionamiento diario del proyecto: logística, personal, seguridad y el diálogo con las autoridades locales, entre otras labores. Todo lo hacía desde Kabul, la capital, donde MSF supervisa otros proyectos distribuidos en siete provincias diferentes.
Aunque cada uno de los proyectos tiene enfoques distintos, cuentan con el mismo objetivo: brindar atención médica gratuita, segura y con calidad humana a quien lo necesite, principalmente a las mujeres, quienes enfrentan muchas más dificultades para obtener un permiso o un transporte y un acompañante hombre para ir a un hospital. En varias oportunidades, deben hacerlo incluso para obtener información médica oficial sobre sus cuerpos.
Antes de llegar a este país asiático, García trabajó en contextos muy distintos e igual de exigentes: Gaza, Sudán del Sur, India y Pakistán. Pero toda su historia comenzó en Colombia. Recuerda que como politóloga tuvo durante varios años trabajos a los que describe “de escritorio”, pero, añade, “algo no me encajaba, me hacía falta algo”.
En Colombia tuvo varias experiencias en terreno, sin embargo, solo hasta que llegó a San Vicente del Caguán, donde el conflicto armado ha marcado parte de su historia, entendió que su vocación humanitaria se fortaleció. “Ese lugar fue un sitio clave para mí, para entender la historia del país y sus dinámicas”, cuenta y asegura que, después de esa misión, conoció a Médicos Sin Fronteras.
Desde entonces ha aportado en otros lugares, siendo una de las pocas mujeres latinoamericanas que tienen una posición y experiencia similar a ella. “Se pueden contar con los dedos de una mano las que están en la organización”, según el coordinador de comunicaciones de MSF en Colombia.
Su labor en Afganistán
La última misión de García fue en Afganistán, donde Médicos Sin Fronteras decidió abrir más proyectos tras analizar la situación del país y constatar el colapso del sistema público de salud después del ascenso de los talibanes. Este grupo islamista fundamentalista gobierna Afganistán desde agosto de 2021, cuando “derrocó” al gobierno respaldado por Estados Unidos, justo después de la retirada de las tropas estadounidenses.
Esta situación ha dejado a millones de personas sin atención médica básica, especialmente a las mujeres, que representan la mitad de la población.
MSF ofrece servicios, todos de ellos son gratuitos, en algunas zonas del país, enfocando su labor en atención materna, pediátrica, trauma, tuberculosis y salud primaria. García describe que uno de los hospitales más grandes atendía 1.700 personas cada día. “Hay personas que vienen de otras zonas muy lejanas porque no hay hospitales o simplemente los otros que hay no tienen medicina o no dan abasto”, indica.
Aunque la atención es gratuita, García asegura que no siempre es suficiente si las personas encuentran una serie de barreras en el camino. Por ejemplo, detalla, “muchas veces las familias tienen que vender un animal, una casa, lo que tengan, para pagar el transporte. Si llegan y no hay medicamentos gratuitos, no pueden comprarlos, entonces el termina muchas veces siendo casi imposible”. Por esto, resalta, la importancia de que estos servicios sean totalmente gratuitos.
Desde su experiencia, lo que más se ha deteriorado en los últimos años en Afganistán no es únicamente el de las mujeres a la salud, sino también su derecho a la educación.
“Primero prohibieron que las niñas fueran al colegio, luego la educación universitaria para las jóvenes, y una de las pocas excepciones que quedaban era medicina, y esa también la prohibieron recientemente”, cuenta García.
El impacto de esa última medida, agrega, es muy fuerte y directo en la sociedad, porque, se pregunta, ¿quién va a atender a las mujeres dentro de cinco o diez años si no hay nuevas doctoras, si no hay nuevas ginecólogas, si no hay nuevas enfermeras?”.
Las conversaciones con los talibanes
Una parte fundamental del trabajo de García consistía en sostener el diálogo con las autoridades locales. Como jefa de terreno, recuerda, debía sentarse con ellos para entender las razones de estar allí, bajo qué condiciones iban a trabajar, y que se los permitieran realizar sin presentar mayores obstáculos.
“Entre las cosas que más he tenido que explicar, una y otra vez, es que no es posible que en un hospital no haya mujeres trabajando. Se necesitan mujeres en este entorno”, resalta.
García, más allá de querer establecer una confrontación, buscaba que las autoridades con las que establecía un diálogo entendieran que “si no hay mujeres en el equipo médico, las mujeres no van a venir. Y eso significa poner en riesgo sus vidas. (...) Esas conversaciones son difíciles, pero no se pueden dejar de tener”.
García, durante la entrevista, también explica los retos a los que se ha enfrentado en su posición de liderazgo, sobre todo en un entorno dominado por hombres. Cuenta que no le hablan directamente y que, por el contrario, se dirigen primero a su asistente, que, en ese entonces, era hombre. “Al final sabían que yo era la que tomaba las decisiones”, explica y anota que no se puede desconocer que “hay normas culturales que lo hacen más difícil, pero había que estar ahí”.
En todo este proceso, García asegura que nunca se sintió intimidada por los hombres en ese entorno y añade que, por el contrario, “respetan mucho a la mujer extranjera porque saben que tiene menos restricciones y que, de alguna forma, representa y tiene poder en el entorno”. Pero, no desconoce que hay varios factores que deben cumplir, como el código de vestimenta y el protocolo de no dirigirle la mirada. “Eso no se puede criticar, hay que respetarlo”, explica.
Los pacientes: el sentido del trabajo de García
Pese a las complejas realidades que ha enfrentado en las misiones, García dice que hay momentos que se le han quedado grabados.
Uno de ellos, por ejemplo, es cuando las personas que ya han sido tratadas en el hospital quieren quedarse porque allí se les trata con respeto y con dignidad. “Eso me parece muy valioso. Me ha tocado mucho el corazón”, rememora.
Para García, ese o con los pacientes es lo que le da sentido a su trabajo, porque, opina, “no se trata solo de medicamentos. Se trata de mirar a las personas, de escucharlas. No es solo el resultado clínico, sino lo que representa el a la salud en contextos donde todo ha sido negado”.
Dice que, en las diferentes misiones, encontró que su motivación y lo que la impulsa a trabajar para mejorar esas condiciones es la “oportunidad de brindar a una salud de calidad en sitios que están muy marginados, a poblaciones muy vulnerables, en contextos donde muchos niños son olvidados”.
Además de la atención médica, Médicos Sin Fronteras ofrece una psicológica. Sobre este tema, García guarda una historia especial de su misión en Palestina. “Teníamos una niña que era muy retraída, y siempre estaba muy triste”, recuerda y dice que “con el tiempo, con la intervención del psicólogo de nuestro equipo, fue rompiendo esa forma y empezó a sonreír”. Poco a poco, añade, la niña fue prácticamente recobrando lo que es ser una niña pequeña, que se trata de jugar, hablar, volver al colegio “en vez de estar con miedo”. Este momento para García fue uno muy especial.
A los ojos de García, no solo los contextos de conflictos humanos producen víctimas, sino también lo hace el cambio climático y los ambientes naturales extremos: “En invierno muchas comunidades quedan completamente aisladas por la nieve”, explica.
“Hay lugares donde simplemente las personas no pueden salir de sus casas durante dos o tres meses porque están bloqueadas y no hay forma de llegar a un hospital. Ahí aumentan mucho los casos respiratorios”, comenta.
En verano, añade, también se ven escenarios complejos donde los riesgos persisten. Durante esta temporada del año, cuenta García, es donde más desnutrición se registran, sobre todo infantil. También hay casos en que los niños llegan con brotes de sarampión y enfermedades estomacales, completamente prevenibles.
Orgullosa del trabajo humanitario que ha realizado en los últimos años, García comenta que, a pesar de que han estado llenos de riesgos, aprendizajes y determinación, una frase de su mamá ha quedado grabada en su memoria: “Yo pensé que irte al Catatumbo iba a ser lo más loco que ibas a hacer. Pero, todavía había algo más loco por venir”. Es la frase que la seguirá acompañando a lo largo de sus misiones.
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