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Estoy trabajando durante un tiempo en Washington en un proyecto relacionado con la historia del espionaje. Paso todo el día en o con cuáles han sido los métodos que los espías usan para encontrar los secretos que los Estados quieren proteger y, por supuesto, cuáles son los métodos que los Estados usan para proteger sus secretos. Uno de los temas difíciles de evitar, por lo sobresaliente, aunque quizás sea ya un poco trillado desde la perspectiva de los especialistas, es cómo los británicos lograron descifrar los mensajes de la máquina Enigma, con la que los alemanes encriptaban sus comunicaciones secretas durante la Segunda Guerra Mundial.
En pocas palabras, la máquina Enigma era un artefacto que podía llevarse en un maletín relativamente pequeño, lo cual era muy importante en una guerra con un alto nivel de movilidad de tropas. Cualquier unidad en el terreno tenía que poder encriptar sus mensajes con Enigma, una especie de máquina de escribir que, cuando un escribía un mensaje, automáticamente lo encriptaba. Sus sofisticadas funciones permitían 158.962.555.217.826.360.000 posibilidades de encriptación. Lo más útil de la máquina para oficiales en la guerra que no saben de encriptación, ni de espionaje, es que cuando recibían un mensaje encriptado oprimían esas teclas en sus máquinas y estas arrojaban el mensaje original.
Era facilísima de usar y se consideraba imposible de romper, pero había que seguir unas reglas. La más importante, cambiar cada día la configuración de unos rotores que hacían una buena parte del trabajo de encriptación. Cuando dos máquinas Enigma tenían la misma configuración de rotores, escribías un mensaje no encriptado en una y te arrojaba la encriptación, y en la otra podías obtener el mensaje original. Si no tenías la misma configuración de rotores, te arrojaba un mensaje sin sentido.
El gran talón de Aquiles de las comunicaciones secretas alemanas, que permitió a los ingleses entenderlas, es que a los militares les daba pereza cambiar los rotores, o no consideraban que fuera importante.
Con tanta frecuencia que es casi una regla, el principal enemigo de los secretos de Estado no son los talentos de los espías extranjeros, sino los vicios de los funcionarios públicos o militares locales. Tú puedes diseñar un sistema de encriptación a prueba de genios en el extranjero, pero no de tontos en tu país: un ingeniero atómico lujurioso, un diplomático olvidadizo, o como en el caso de la máquina Enigma, un oficial de rango medio perezoso que no sigue las instrucciones y no camba los rotores de la máquina.
Al igual que Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos es gobernado por nazis, o al menos personas que tienen tanta afinidad por ellos que lanzan saludos fascistas en sus eventos públicos. Y al igual que los mandos medios nazis que permitieron a los ingleses descifrar Enigma, las personas que hoy lideran los aparatos militares y de inteligencia de Estados Unidos son perezosos y descuidados con el manejo de las comunicaciones secretas.
Añadir por error a un periodista a un chat de Signal en el que los que los líderes de las agencias de inteligencia, el secretario de Defensa y el vicepresidente de Estados Unidos discuten planes militares es la noticia de la semana, pero también es una anécdota. El problema de fondo no es si en esa conversación específica hubo un periodista, sino que los vicios de los nuevos líderes de Estados Unidos les han abierto las puertas de sus dispositivos a los poderes extranjeros.
Es probable que las muy sofisticadas agencias de inteligencia que tienen los rivales de Estados Unidos estén escuchando desde hace un buen rato esas comunicaciones. Es una mezcla de arrogancia, pereza y estupidez: en suma, es una confederación de tontos. Y es en manos de tontos que ha quedado el aparato militar más poderosos del planeta.
