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Ahora la pregunta es por la sucesión ininterrumpida de traiciones ¿Por qué el presidente y su gobierno son víctimas de terribles ingratitudes llegadas desde bandos propios y ajenos? ¿Es la debilidad de Petro lo que hace que muchos se aprovechen de su nobleza? ¿Es simplemente un ingrediente de la política que se ha exacerbado con el establecimiento contra un gobierno progresista? ¿Es la inexperiencia de un político profesional –con 16 años en el Congreso, protagonismo en la formación de múltiples partidos y movimientos y un paso por la Alcaldía de Bogotá– que ha pecado de ingenuo en el culmen de su carrera? ¿Es la incomprensión del mundo ordinario frente al revolucionario? ¿Es el presidente un perseguido por su propio gobierno? ¿Es el mundo que conspira contra un genio incomprendido?
Las felonías empezaron por casa. Primero su hijo, que se usó al padre candidato para recibir halagos en fajos. Una crianza lejana pudo ser la razón: “¿También tú, Nicolás?”. Luego vino Juan Fernando, su hermano, con excursiones carcelarias que al parecer iban más allá de los buenos oficios. Quien iba a ser un hombre clave en la paz total pasó al chat familiar.
No mucho más tarde llegó la primera purga de su “gabinete plural”: José Antonio Ocampo, Cecilia López y Alejandro Gaviria han sido señalados por el presidente de haber tomado decisiones a sus espaldas y separarse de las ideas de su proyecto: “Se llama verle la cara de pendejo a uno, ser generosos y ofrecer parte del Gobierno a fuerzas que habían perdido… tienen razón los que dicen eso pasa por llegar novato a la presidencia”. Pero no solo los funcionarios le fallaron, también los supuestos partidos que ellos representaban y no votaron sus proyectos.
Las vilezas se animaron con la gresca entre Sarabia y Benedetti. Se perdieron las formas y las amenazas llegaron al fondo: “Con tanta mierda que yo sé, pues nos jodemos todos, sí, ustedes me joden a mí, yo los jodo a ustedes”.
Francia Márquez fue vista como intrusa desde el inicio, de modo que solo intentar un papel en el gobierno la hizo odiosa a los ojos del líder. De ahí a la traición solo había un paso: “Me duele que mi gente me diga que estaban mejor antes de que yo llegara al Gobierno”, dijo en pleno Consejo televisado y ahora es oposición. Y qué decir de Leyva, un hombre de paz, un hombre del establecimiento contra el establecimiento, pero perdió el camino y ahora dice el presidente que lo quiere tumbar con ayuda del ELN, un grupo que traicionó a la revolución y al gobierno en su empeño de la paz total.
También el exministro Taxes-Reyes vendió al gobierno al señalar congresistas aliados y funcionarios de agitar el clientelismo corrupto. Y Jorge Iván González en Planeación Nacional y su íntimo Jorge Rojas, que en una semana de gabinete borró su historia revolucionaria en el Eme y su confianza: “Casi acaba con el gobierno”, dijo el presidente. Y Gustavo Bolívar, que quiere ser candidato contra la voluntad del líder. Y Sarabia que ahora es imperialista y convoca a los muebles viejos, a los inservibles expresidentes, para que opinen sobre decisiones del presidente. Y Muhamad, que armó la gresca contra Benedetti en el conflicto de ministros del 4 de febrero. “El presidente es revolucionario y el gobierno no”, es la frase que podría resumirlo todo.
Tal vez haya otras razones para esa colección de infamias. Un presidente paranoico y frustrado porque el gobierno no avanza según el genio de sus ideas. Un hombre que gobierna lejos de su equipo, que no entiende las dificultades de la acción y solo quiere ver sus utopías realizadas. Un gobernante acorralado en sí mismo, convencido de un mando que no tiene, más prendado del aplauso y el discurso que del tablero de todos los días. Un presidente traicionado por la realidad.
