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Como en épocas anteriores de crispación política, vuelven las criaturas que no hacen sentido, que meten miedo y son, en esencia, antinaturales. Laureano Gómez hablaba desde el conservadurismo de un basilisco para referirse al Partido Liberal en estos términos: “Nuestro basilisco camina con pies de confusión y de inseguridad, con piernas de atropello y de violencia, con un inmenso estómago oligárquico, con pecho de ira, con brazos masónicos y con una pequeña, diminuta, cabeza comunista, pero que es la cabeza”.
Los basiliscos suelen ser mezclas raras. En las leyendas nacen de un huevo de gallina puesto por un gallo ya viejo, incubado por una serpiente. O un sapo. Los hay mitad dragón y mitad serpiente. Todos son venenosos. Tocarlos ya es despedirse.
Pues bien, de los creadores del castrochavismo ahora tenemos al petrosantismo, una suerte de basilisco contemporáneo que ha tomado vuelo en redes sociales y ya empieza a ser de uso recurrente entre las derechas uribistas colombianas.
Mucho más que contra el petrismo, su existencia parecería dirigida al santismo. Y, en general, a una posición política que se autopercibe como de centro pero no lo es, no lo podría ser, pues es mitad petrista.
En vez de asumir sin asco y con algo de humor la apelación, el señalamiento, los líderes del santismo parecerían completamente contrariados. Como si en el petrismo no hubiese también, y más allá de Petro, un proyecto político legítimo de izquierda.
Lo más increíble de la invención de la nueva criatura es lo efectiva que parece haber sido. Ya Santos y De la Calle tuitearon que los diferencien, que los separen, que los saquen del monstruo. Y, lo que es peor, lo que es aún más increíble, el expresidente y el exvicepresidente piden también que, ante la insistencia de Petro con la consulta popular, les permitan unirse al uribismo en contra de la supuesta hecatombe institucional. Quieren ser mitad uribistas, de nuevo.
Y de no creer.
