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En Mesopotamia, hace 12.000 años, se empezó a cultivar la tierra, revolución que introdujo cambios sustanciales en el desarrollo humano. Durante siglos, el 95 % de la población estuvo dedicada a la agricultura, la pesca y caza. En el mejor de los casos, solo un 5 % de los habitantes se les podría catalogar como urbanos. En los inicios de la Revolución Industrial, a mediados del siglo XVIII, la población rural en Inglaterra empezó a declinar de manera pronunciada, tendencia que fue muy rápidamente replicada en Europa y en los Estados Unidos. Hoy en EE. UU., en parte importante de los países europeos y en la mayoría de los países desarrollados, la población rural rara vez sobrepasa el 5 % del total. En Colombia, en el censo de 1938, la población urbana era menos de la mitad de la población del país, y en el de 1993, casi el 30 % vivía en la zona rural. En el censo del 2018 aparecía el 15,8 % viviendo en el campo. Si asumimos la misma tasa de decrecimiento de la población rural que viene desde 1993, hoy la población rural debe estar entre el 8 y el 10 %, y en el 2035 se acercará al 4–5 %.
Demostración palpable de un aspecto negativo en la acelerada urbanización del país es la creciente presencia de bandas criminales en las ciudades: Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla y Cúcuta se han convertido en plataformas donde los grupos delincuenciales, incluyendo los denominados ‘narcos invisibles’, lanzan sus rentas ilegales. Cuando el país era rural, los escasos delitos urbanos los cometía la delincuencia común. Según el artículo reciente en El Tiempo, en las ciudades operan “verdaderas empresas criminales que manejan las distintas rentas criminales, como el narcotráfico, el lavado de activos, la extorsión, el secuestro, el contrabando, la trata de personas, el comercio de armas y el hurto en todas sus modalidades, hasta negocios cuasilegales, como casinos, prostitución, préstamos paga diarios, chance ilegal, máquinas tragamonedas, etc.”.
La explicación de la urbanización del país tiene muchas vertientes y una de ellas es el conflicto armado. Sin duda, el hecho de que las ciudades ofrezcan mejores oportunidades en materia de empleo, salud y educación es importante. Los superiores servicios urbanos, incluyendo el al internet, por supuesto influyen. Pero hay un factor que en opinión de este columnista es decisivo y es el que el ser humano por antonomasia es gregario: rechaza la soledad y prefiere estar al lado de otros seres humanos por múltiples razones, siendo la principal la oportunidad de encontrar pareja.
Cuando los grupos al margen de la ley, principalmente aquellos con dedicación casi exclusiva al narcotráfico y la minería ilegal, hacen presencia en 809 municipios de los 1.104 que hay en Colombia, pensar que los campesinos “van a retornar a las tierras que les fueron arrebatadas a punta de fusil”, no deja de ser una vana ilusión. Por más que algunos opinadores y analistas lo quieran disfrazar, hoy somos y seremos un país esencialmente urbano.
Apostilla: El poder en Venezuela lo detenta una recua de cafres tramposos que no vacilarán en manipular los resultados electorales a lo que les venga en gana. Desde ya Maduro y sus gánsteres conocen los resultados de las próximas elecciones en abril.
