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Con la canción +57 salió todo mal. Eso no está en discusión. Sin embargo, le ha dado lugar a reflexiones sobre la responsabilidad del arte, el valor de la música y la evolución del reguetón. Esta semana, después de que el Consejo de Estado negara la tutela que pedía retirarla de las plataformas de streaming, se abre uno nuevo: ¿+57 es una obra de arte? ¿Qué es una obra de arte? ¿Cómo se define?
La pregunta no puede responderse usando valores evaluativos –una obra de arte es algo espléndido– porque sus deficiencias son evidentes hasta para el más obtuso. Pero sí puede responderse desde el punto de vista descriptivo y apelando a criterios ontológicos. Como pasa siempre en filosofía, para definir algo se empieza por todo lo que no es:
Una obra de arte no es un objeto. Si se trata de una canción, ¿cuál sería el objeto físico? Si se trata de un poema, ¿dónde está eso que lo hace material? ¿Al ser intangibles, dejan entonces de ser arte?
Una obra de arte tampoco es una creación disfrutable. Krzysztof Penderecki compuso una obra aterradora y catastrófica que pretendía empatizar el dolor de las víctimas de Hiroshima. Nadie niega su valor artístico y no es en absoluto disfrutable.
Entonces, ¿qué es? Para Kant, la obra de arte es una producción cultural, que puede gustar o no gustar. Su existencia está mediada por tres ideas básicas: el concepto, que nos permite reconocerla y entender sus lógicas aún sin verbalizarlas; la estética, que nos estremece, nos conmueve o nos incomoda, y la moral, que hace que emitamos juicios y generemos opiniones al respecto.
Aquí el asunto se complica de nuevo, ¿quién me garantiza que mi moral es la moral correcta? Yo me aferro a un concepto que propuso Noam Chomsky: la existencia de una moral universal que se valida sola porque nadie se atreve a refutarla. Los derechos humanos, por ejemplo, son producto de una moral universal.
Intentemos aterrizar a Kant y a Chomsky en +57. Hay un concepto que podemos reconocer: es una canción comercial de reguetón hecha por siete reguetoneros. Hay, además una estética: a algunos les evoca fiesta –como a J. Balvin– y otros misoginia y sexualización infantil. Y hay, por supuesto, una moral universal que nos vuelve conscientes de la gravedad del contenido de sus letras y la vulneración que representa para los niños y niñas. +57 sí es una obra de arte, una muy mala, sin duda.

Por Laura Galindo
