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“La sociedad se irá dividiendo en irrelevantes y dueños del conocimiento”, dijo Pepe Mujica citando a Yuval Harari en el 2023. “El poder que tiene el capital en el desarrollo de los países será reemplazado por el poder de la inteligencia”, concluyó entonces. Ojalá Pepe haya tenido razón. Ojalá ese punto de no retorno al que parece que nos acercamos no sea otro distinto a la evolución de la calidad humana, de la cultura, del conocimiento y del ejemplo.
El desarrollo tecnológico genera tantas preguntas como miedos: ¿las máquinas reemplazarán el trabajo humano? ¿La inteligencia artificial va a volvernos obsoletos? ¿Quedaremos supeditados a la fórmula de un algoritmo? Pepe Mujica, un hombre que nació cincuenta años antes de que apareciera el primer navegador, dio una respuesta que me permito parafrasear: el ser humano no nació para el trabajo, si una máquina va a reemplazarlo en ese aspecto, no hay razón para lamentarse, todo lo contrario, ¡que maravilla! Ahora bien, los problemas aparecerán si nosotros no evolucionamos a la par de esas máquinas que hemos creado, si nos volvemos irrelevantes, como decía Harari, y les entregamos la propiedad del conocimiento.
¿Cómo estar a la medida de esa nueva civilización? Simple. Con cultura y pensamiento crítico. “El teléfono no tiene la culpa”, dijo también Mujica poniendo un ejemplo, “el muchacho anda con una universidad en el bolsillo, pero como el muchacho no está a la altura de la tecnología, lo usa para cualquier inmundicia”. De eso hablaba cuando sentenció que el capital iba a ser reemplazado por el conocimiento: el país más poderoso ya no sería el más rico, sino el más culto.
Ojalá tenga razón. Ojalá esa evolución social sea un destino inevitable. Ojalá sepamos entenderlo. Ojalá, como dice Silvio Rodríguez, quien, a propósito, canta en un verso refiriéndose a Mujica: “presintió la esperanza tras la sombra del viento”.
Y sí, ojalá que sí.

Por Laura Galindo
