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Cultura ciudadana: el partido que venimos perdiendo desde hace décadas

Julián de Zubiría Samper
23 de julio de 2024 - 05:00 a. m.
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La “cultura del vivo” se sigue expresando a diario en nuestro país. El domingo antepasado la volvimos a ver en los momentos previos a la final de la Copa América. Es cierto que hay gran responsabilidad de los organizadores del evento, pero nadie puede ocultar el vandalismo de los hinchas. ¿Los colombianos estamos condenados a la cultura de la ilegalidad?

Lo que sucedió antes de que se jugara la final de la Copa América fue grotesco: cientos de hinchas colándose por los ductos del aire acondicionado, saltando las rejas, usando boletas falsas, despedazando las escaleras eléctricas y entrando en asonada por las puertas y los torniquetes. Era un espectáculo dantesco de anomia colectiva. Un buen grupo de personas sentían que tenían el derecho a colarse y pasar por encima de la autoridad y de todos los demás con tal de poder ingresar al Hard Rock Stadium de Miami. Se estima que 8.000 personas se colaron al partido. Es muy triste reconocerlo, pero una buena parte vestía camisetas de la selección Colombia.

Sin duda, una parte de la responsabilidad les corresponde a los organizadores. Ellos no establecieron los filtros necesarios, no previeron las dificultades, no permitieron el ingreso horas antes e ignoraron el fanatismo que suelen mostrar los seguidores del fútbol. La actitud de los hinchas, la falta de organización y las altas temperaturas terminaron por generar el desastre que todos vimos. Pero la responsabilidad de los hinchas es gigantesca y a esa quiero referirme.

Antanas Mockus abordaba este problema cuando hablaba de la “cultura del atajo” dominante en una parte de la población colombiana. Su tesis es que en Colombia existe un divorcio entre ley, moral y cultura y, debido a eso, hay aprobación cultural de acciones ilegales. Esto queda en evidencia al comprar licor, cigarrillos y electrodomésticos de contrabando sin ningún reparo moral. Es la misma cultura que explica la generalización de las pirámides, tal como se observó en las gigantescas filas de personas que se acercaban a DMG para depositar su dinero buscando obtener grandes utilidades en pocas semanas, sabiendo que al hacerlo estaban ayudando a lavar los dineros de la mafia. Quienes evaden impuestos, se saltan las filas o pagan sobornos se consideran más “vivos” que los demás porque no tienen que respetar las leyes y la autoridad.

Se trata de la “subcultura del vivo” que tanto daño ha hecho a la sociedad colombiana porque destruye su tejido social y nos lleva a dejar de confiar en los demás. Esta subyace en los empresarios que pagan sobornos para conseguir contratos con el Estado y es la que lleva a sectores de la clase política a robar el dinero de la salud y la educación de los niños. También la vemos en los padres que les dicen a sus hijos que no hay problema con que hagan trampa, pero que no se vayan a dejar coger. Es la misma que llevó a miles de personas a salir hace un año a las calles de Sahagún, Córdoba, para recibir como un héroe al exsenador Ñoño Elías después de pagar condenas impuestas por la Corte Suprema; la misma que días antes había permitido al obispo y a la clase política tradicional despedir en Valledupar, como ciudadano ejemplar, al exgobernador Lucas Gnecco, condenado por constreñimiento al elector, prevaricato, peculado y celebración de contratos sin cumplimiento de requisitos legales. Nada de eso parece importar porque tanto Gnecco como el “Ñoño” ―como decían sus seguidores― “robaban, pero hacían”.

En Miami muy pocos de los anómicos pudieron ser detenidos. La avalancha era gigantesca y, por eso, la mayoría terminó en el estadio quitándole su puesto a quien había pagado muy costosas boletas. Pero hubo un caso que llamó especialmente la atención. Fue el de Ramón Jesurún, presidente de la Federación Colombiana de Fútbol. Él y su hijo fueron acusados de intento de homicidio contra una guardia civil en Estados Unidos que no les permitió ingresar a toda su familia a zonas no autorizadas. Ella terminó hospitalizada. Con sus actos violentos, Jesurún nos avergonzó ante el mundo y puso en evidencia que no reúne las condiciones para dirigir el fútbol en el país. Por eso, no hay duda de que debería renunciar inmediatamente. Aun así, lo más probable es que no lo haga, porque ya recibió el respaldo de sus colegas, quienes justificaron sus actos violentos diciendo que él estaba “impulsado por su instinto paternal”. ¡Qué cinismo!

En 2002, Antanas encontró que uno de cada tres jóvenes bogotanos de grado noveno decía que haría lo necesario para beneficiarse a sí mismo, incluso si eso implicaba atropellar a otro. Eran anómicos. Pero cuando les preguntó por qué actuarían así, ellos respondieron que lo hacían porque eso era lo que habían visto hacer a quienes conocían. Tenían toda la razón: muchos adultos en Colombia han avalado esas prácticas contrarias a la ley y la moral.

Muchos profesores dicen que no confían en las pruebas SABER. En realidad, no se necesita recurrir a ellas para comprender lo mal que estamos en educación en Colombia. Tan solo basta tener presente que cuando nos consultaron en el plebiscito del 2 de octubre de 2016, la mayoría de la población dijo que rechazaba la paz, y cuando nos preguntaron si apoyábamos una consulta contra la corrupción no se alcanzó el umbral necesario. En la final de la Copa América se ratificaron nuestros problemas en educación.

Esta “subcultura del vivo” ha recibido enorme aval de los partidos políticos que han gobernado, quienes han elegido en múltiples ocasiones concejales, alcaldes, representantes y gobernadores que sabemos que roban, pero que siguen siendo elegidos porque reparten neveras, electrodomésticos y mercados entre la población más pobre del país.

Como alcalde, Mockus demostró que se podía comenzar a impulsar un cambio cultural mediante acciones dirigidas por un gobierno comprometido con transformar la cultura ciudadana. Así nos enseñó, entre otras cosas, que los alcaldes deberían prohibir el uso de la pólvora, pero no tranzar con “mermelada” y puestos para los concejales. Al mismo tiempo, los ciudadanos deberían respetar las cebras y usar el cinturón de seguridad. Los cambios culturales son de largo aliento porque son estructurales. Aun así, todos entendemos que este proceso debe iniciarse en la familia y en los colegios desde la escuela primaria y que, si bien tienen que participar múltiples sectores, debería ser liderado por quienes sabemos modificar las actitudes, es decir, principalmente por los artistas y los educadores. Desafortunadamente, la educación en Colombia todavía no aborda el cuidado, el conocimiento y la comprensión de sí mismo, de los otros y del contexto. Todavía el Ministerio de Educación, las secretarías y muchos docentes siguen descuidando los temas fundamentales asociados al desarrollo integral y la formación de competencias éticas.

Tras un espectacular campeonato, Colombia perdió la final de la Copa América contra el campeón mundial, pero los ciudadanos colombianos hemos perdido por goleada la pelea contra la “cultura del vivo”. Van ganado las mafias, los políticos tradicionales y los ladrones de cuello blanco que se nutren de la corrupción, las palancas y las marrullas para buscar el beneficio personal a toda costa.

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Néstor(60086)27 de julio de 2024 - 09:13 p. m.
Excelente artículo, profesor Julián. Muchas gracias.
Carlos(kz3y6)25 de julio de 2024 - 03:59 p. m.
Estoy completamente de acuerdo con la columna. La “asignatura” pendiente es compleja, pero en este país no se quiere entender que la cultura ciudadana se empieza a construir en los primeros años escolares y la familia. Aquí enseñamos a los infantes desde chicos es a tener “billete” antes que buenos comportamientos y esa es en gran medida la causa de nuestra debacle. Mientras sigamos con esa concepción, esto nunca va a cambiar.
Alamo(88990)24 de julio de 2024 - 06:24 p. m.
¡Cabal y ubérrimo desangre!! Y "Jesurún & Son" muy campantes con sus "esposas". Qué cultura!!
LETICIA(6ucey)24 de julio de 2024 - 02:33 p. m.
Parcial el análisis, ¿es el Capitalismo neoliberal?¡o que!
Gladys(69771)24 de julio de 2024 - 12:04 p. m.
Y completamos con la designación del nuevo ministro de la "mala educación ". No todo es derecho, hay principios que no se negocian, los deberes ciudadanos construyen la cultura ciudadana. La cultura del derecho que sí se impuso sin pasar por el respeto irrestricto a las normas sociales de convivencia.
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