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La nueva istración en Estados Unidos iniciará con una deportación masiva de personas hacia todo el orbe, en especial, hacia América Latina y el Caribe; igual, ocurrirá desde la Unión Europea, con énfasis en Medio Oriente, el Magreb y África Subsahariana. Será noticia constante el flujo de migrantes que regresan a casa de manera forzada y el ascenso de partidos de ultraderecha que estigmatizaran aún más la inmigración.
Los Estados de origen de los migrantes en su gran mayoría no estarán preparados para esta situación claramente previsible, y frente al impacto del retorno obligado de sus connacionales, muy pocos países con altas tasas de emigración, como es el caso de México, están diseñando políticas públicas de atención.
Menos, se ha pensado en las familias que dependen de las remesas desde el exterior, el aumento del desempleo en las zonas de emigración y las demandas ciudadanas de un colectivo que viene con cualificación o competencias adquiridas en otros países y requieren ser reconocidas e incorporadas al mercado laboral. Así como, a la promoción de la emigración regular.
Movilidad humana que manifiesta claramente dos paradojas. La primera, los Estados receptores expulsan a los inmigrantes que necesitan. Tanto Estados Unidos como Europa Occidental requieren de mano de obra en los campos laborales cualificados y no cualificados en los que trabajan los extranjeros indocumentados. Sería interesante preguntar a las personas sin antecedentes penales y deportadas, cuántas se encontraban desempleadas en el momento de su aprehensión, posiblemente ninguna.
Según la Encuesta Nacional de Trabajadores Agrícolas (NAWS, por sus siglas en inglés) del Departamento de Trabajo de los Estados Unidos, que se realiza anualmente, en un sector esencial como la agricultura, el 68 % fueron trabajadores de origen extranjero y el 42 % laboró sin documentación.
La segunda paradoja es que los Estados desarrollados promueven los derechos humanos en contra de los autoritarismos o condicionan su respeto a la firma de acuerdos comerciales, pero endurecen las condiciones de asilo, deslocalizan la protección internacional a terceros Estados y promueven deportaciones masivas sin el debido proceso. Por ejemplo, tras menos de 24 horas de la caída de la dictadura en Siria, algunos países de la Unión Europea pidieron revisar los estatus de refugio otorgados y acelerar las repatriaciones.
Así, en 2025, seguiremos presenciando la primacía de la soberanía nacional sobre la dignidad humana, en donde el discurso del odio se impondrá a la lógica.
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