
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Fuera de los horrores de Sudán y de las intrascendentes guerritas colombianas (horribles para nosotros, aunque sin consecuencias globales), las dos guerras más graves que trastornan hoy el mundo son la invasión rusa a Ucrania, para “desnazificarla” según Putin, y la venganza israelí contra los terroristas de Hamás en Gaza. En los últimos dos casos, Rusia con el pretexto de combatir a los “nazis”, e Israel con la justificación de castigar a los terroristas, ha habido decenas de miles de muertos de civiles no combatientes. La mentira va siempre por delante.
Por suerte Donald Trump dice tener la solución final, rápida o inmediata para estas dos guerras. Su propuesta, en el caso de Ucrania, consiste en aceptar todo lo que Putin dice (que invadieron Ucrania por culpa de Ucrania, que Zelensky es un dictador) y que Ucrania debe entregar a Putin el territorio tomado por el ejército ruso, y entregar a EE. UU. el 50 % de sus recursos mineros y de tierras raras. Y en el caso de Gaza, lo que propone Trump es expulsar de allí a más de dos millones de palestinos, reasentarlos en otros lugares (Egipto y Siria en particular) y apropiarse él de la Franja de Gaza, no se sabe si a título personal o a nombre de su país, para construir un gran emporio turístico e inmobiliario sin palestinos a orillas del Mediterráneo.
Las dos soluciones propuestas son ridículas y humillantes tanto para los ucranianos como para los palestinos. En el primer caso, la simpatía que ha habido siempre entre Trump y Putin parece sugerir un pacto en el que los dos presidentes se repartan territorios del mundo en una especie de división colonial. El país más extenso del orbe, Rusia, se toma Ucrania, y a cambio Rusia acepta que EE. UU. se apodere de Groenlandia, de Panamá y, de ser posible, también de Canadá. Todo esto sin contar con la opinión de los ciudadanos ucranianos, groenlandeses, panameños o canadienses. Esto es delirante y parece una caricatura, pero es así.
El segundo plan es, si se puede, incluso más cruel y más absurdo. En su red social particular, Truth (“Verdad”, que, al despejar el lenguaje orwelliano, quiere decir “Mentira”), el presidente Trump publicó un video de cómo se imagina él un futuro brillante para Gaza. Si no lo hubiera compartido en su propia cuenta el presidente de Estados Unidos, uno pensaría que es una burla a él, a Elon Musk, a sus hoteles, burdeles y casinos, a sus billetes de cien dólares volando por el aire. Pero no, siendo una publicación propia, parece que de verdad el hombre más poderoso del planeta se ve a sí mismo así. Digno de una colosal estatua de oro, como un gran ídolo para que judíos y paganos lo adoremos prosternados.
Cuando Moisés bajó del monte Sinaí con las tablas de la ley labradas en piedra, encontró que su pueblo estaba en una bacanal para adorar un becerro de oro. Los mismos judíos lo habían fundido en agradecimiento por haberlos liberado de su cautiverio en Egipto. Trump, en el video compartido por él, es el nuevo becerro de oro. Su gigantesca estatua dorada reluce como un dios al cual venerar, repetido mil veces en pequeñas reproducciones (también doradas) de su efigie, a ser vendidas en las tiendas de souvenirs de Gaza como el amuleto de un ídolo benefactor.
Las imágenes del video no tienen pierde. Noten la gran belleza de la gigantesca Torre Trump. Las danzarinas árabes barbudas ejecutando el baile del vientre, tan andróginas que serían la delicia de otro presidente por aquí. Netanyahu y Trump tomando el sol lado a lado, con sus barrigas al aire y compartiendo un coctel rojizo (solo falta Putin para completar la santísima trinidad). También es imperdible ver a Musk devorando fast food y lanzando al aire billetes verdes. Y lo más asqueroso, por su crueldad: los niños de Gaza damnificados saliendo de una cueva y de entre las ruinas de su país para irar la realidad de esta nueva maravilla en Tierra Santa: Trump-a-Gaza. No, no es un chiste, no es una pesadilla, no estamos soñando.
