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Cerrado por enfermedad

Héctor Abad Faciolince
01 de junio de 2025 - 05:07 a. m.
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Estoy enfermo, tengo un dolor de los mil demonios y escribo esto tirado en la cama, pero no voy a dejar de cumplir con mi deber. Una vulgar ciática puede que me tumbe, pero no me va a callar. Al menos no es una incapacidad laboral por guayabo, ni un permiso remunerado para hacerme un implante capilar que me tape la calva, ni un lifting para disimular la vejez en jueves santo porque al fin y al cabo en este país la crisis de la salud y los asesinatos, dada la venerable devoción de sus habitantes, se suspenden en Semana Santa.

Pero no les voy a hablar de mi enfermedad ni de la cirugía estética del jefe del Estado, sino de un problema lingüístico muy interesante. Resulta que entenderse en la propia lengua es dificilísimo cuando cambiamos de país. En general uno se comunica bien con un mexicano o un español, pero hay asuntos íntimos en que las cosas del idioma se complican.

Voy a empezar con un detalle no médico. Cuando yo vivía en Italia había un aviso en los buses que era muy distinto a los avisos de los buses de Medellín. El que mejor recuerdo de Medellín decía: “Todo niño paga”, y esto se debía a que las madres, más bien desplatadas, solían colar a los niños con la misma vuelta del torniquete, y a veces el chofer se hacía el tuerto. Pero en Italia el aviso más grande decía: “Si ricorda che la bestemmia è reato”, es decir, “Recuerden que blasfemar es un delito”. Por esos mismos años, estuve en España por primera vez y empecé a oír unas frases que francamente a mí, ateo y comecuras que soy, me escandalizaban. Perdonarán los ojos píos que lean lo siguiente, pero en Italia y en España me daban ganas de persignarme cuando oía expresiones como “Dio cane” (perro Dios); “Me cago en Dios”; “Por la verga que desvirgó a la Virgen”; o bien “Santa –tu nombre femenino– es la más puta y la más folláa de todo el santoral”. Como pueden ver, muy pocos eufemismos, nosotros que somos el país de la hipocresía y del diminutivo.

En Colombia yo no he oído, desde mi niñez hasta esta provecta edad, que nadie se atreve a insultar a Nuestro Señor ni a la Santísima Virgen, ni a los santos ni a los ángeles. Tal vez al diablo, “ese es un puto diablo”, pero supongo que insultar al diablo no está castigado por la ley de Dios. Yo creo que en las viejas colonias americanas no hay blasfemias porque los reyes católicos resolvieron castigarlas con cárcel, destierro del lugar de residencia y, en el caso de los esclavos, con azotes públicos.

Pero iba a hablar de asuntos de salud y me fui por las ramas. Lo que quería contarles es que estoy aquí adolorido, pero cumpliendo con mi deber, porque me atendió en España una fisioterapeuta, Petra, que, estoy más que seguro, es una sabia y una experta en su oficio, pero cuando me hablaba yo no le entendía lo que tenía que hacer: “Recoge el ombligo, Héctor”, y yo pensando dónde se me habría caído: “Cómo lo recojo, dime”, y Petra “recógelo hacia dentro, hombre, haz el diámetro más estrecho”. Yo intentaba moverlo, pero no era así. Prefirió ponerme bocabajo: “¡Pero si no tienes culo, Héctor! Hay que fortalecer el glúteo mayor, porque sin eso no hay quien camine erguido, somos bípedos gracias al glúteo mayor”. Yo, muy consciente de no tener nalgas, trataba de exhibir alguna protuberancia postiza. “No, esos son los isquiones, y es ahí donde te tienes que sentar; mejor hagamos otra cosa. Activa el suelo pélvico hacia arriba”, y me empujaba con la mano. Sonrojándome y con mucho pudor le pregunté: “¿Como si me estuviera comiendo a mi mujer?”. “No serás caníbal, Héctor”, dijo Petra, “más bien haz de cuenta que te metes en el mar y recoge el escroto, por el frío”. Y yo: “Pero es que el mar del trópico es, tibio como una sopa” y además confundo el escroto con el prepucio.

Petra me dijo que flexionara las caderas, que hiciera lo posible por afirmar la peana (yo no sabía bien qué doblar ni qué debía afirmar), que basculara la pelvis hasta que, dándose cuenta de que me hablaba en chino, resolvió que me iba a mandar por chat unas imágenes con explicaciones escritas. Las imágenes las entendí, pero cuando me dijo “junta los isquiones” volví a pedirle explicación y me escribió: “Tienes que activar el elevador del año…”. Ahí yo entendí que WhatsApp debe estar programado por un pudoroso latinoamericano que no habla claro y que, cada vez que escribimos de algo que esté entre las rodillas y el ombligo, como “ano”, nos lo cambia por año, o cualquier otra cosa. En definitiva: en España se atreven a insultar a Dios y a hablar claramente del cuerpo; nosotros no.

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SÓTERO(26571)03 de junio de 2025 - 01:31 a. m.
Cuando este enfermo mejor no escriba.
  • OS GRDP(42236)03 de junio de 2025 - 04:45 p. m.
    🤣🤣🤣
Augusto Susto(05139)02 de junio de 2025 - 10:26 p. m.
En todas partes y en todos los idiomas, las acepciones son diferentes.
Maritza López de la Roche(18452)02 de junio de 2025 - 07:39 p. m.
¡Me reí mucho! Me encantó la columna y la "transcripción" de las blasfemias. Cruzo los dedos para que el apreciadísimo columnista se mejore pronto.
Gustavo Andrés Cadena Organista(rz6f1)02 de junio de 2025 - 01:15 a. m.
Que columna tan pecueca. Yo podría escribir algo ligeramente más interesante😂😂😂😂😂
Mar(60274)02 de junio de 2025 - 01:08 a. m.
Qué tiene de malo insultar lo que no existe? Peor es, predicar la castidad mientras se violan niños y niñas.
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