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En 1973, el inicio de la crisis del petróleo y la falta de mercados para las empresas europeas y estadounidenses ocasionó una guerra comercial que logró desmantelar en tres décadas la mayoría de los aranceles que imponían los países del llamado “tercer mundo”.
Así, se destruyó la incipiente industria en América Latina, el Norte de África y gran parte de Asia. Sin aranceles, los productos occidentales vendieron a costos bajos, creando una gran dependencia de las mercancías provenientes de Europa, Japón y los Estados Unidos.
Automóviles, vestuario, alimentos procesados, maquinaria, semillas genéticamente modificadas, electrodomésticos, juguetes u objetos de decoración en serie copaban las canastas de consumo de los países en vía de desarrollo, al tiempo que se desmantelaban factorías, aumentaban los locales que vendían bienes importados".
En 1990, Internet permitió a las empresas occidentales deslocalizar, principalmente a Oriente, su producción. Mientras tanto, las ganancias de las casas matrices y los reducidos impuestos quedaron en los países desarrollados.
La maquila, el ensamblaje o la reutilización de materias primas se trasladó a los Estados de la periferia, en donde aumentó la contaminación y la explotación laboral, incluso con mano de obra infantil.
Ingenuamente, Occidente entregó al sudeste asiático sin contraprestación cientos de años de conocimiento tecnológico y procesos industriales de distribución del trabajo. Pensó que solo copiarían los planos de instrucción, como quien coloca anteojeras a un caballo para que no se salga del recorrido.
Pero ocurrió todo lo contrario: este conocimiento rápidamente se asimiló y superó la capacidad inventiva mediante ingeniería inversa, perfeccionamiento de procesos productivos y formación e investigación en universidades y centros tecnológicos.
La supremacía occidental pensó que los países de Asia nunca podrían superarles en la industria de los vehículos eléctricos, robótica, energías renovables, refinación de materiales, farmacéutica, petroquímica, computación, inteligencia artificial, etc. Creyeron que solo era abaratar costes o hacer de estos países consumidores a gran escala.
Hoy los maquiladores son industriales, el Sudeste Asiático es la fábrica del mundo, como lo fue el norte de Europa o los Estados Unidos. El supremacismo occidental sigue equivocándose, no son los aranceles, ni la relocalización empresarial. Es desmontar subsidios a sectores excusados en la seguridad alimentaria o el interés nacional, escalar la riqueza y la ecología a nivel mundial, promover empresas de base tecnológica altamente competitivas y a partir de patentes de invención e innovación, dejar circular libremente el capital humano altamente calificado o generar mayor ingreso para más consumo.
Respuestas que no se van a dar porque el supremacismo occidental sigue viendo como razas no confiables a quienes no tienen fenotipo caucásico. Tampoco se cree posible la producción planetaria a través de canales con reglas laborales dignas, que, por ejemplo, disminuyan la migración económica o aumentar la industria del ocio para que la calidad de vida también contribuya a la riqueza global.
*Javier Ignacio Niño Cubillos Ph. D.
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