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La discusión sobre la desigualdad suele centrarse en la redistribución a través de impuestos y transferencias. Sin embargo, los países más igualitarios, como los nórdicos, no lograron sus niveles de igualdad por esa vía, sino mediante una compresión deliberada de la estructura salarial. A través de la negociación colectiva, personas en ocupaciones distintas –como meseros y economistas– pueden recibir salarios más parecidos entre sí.
Aunque ese modelo no es replicable por factores históricos y sindicales específicos, deja lecciones clave. La principal de estas es la necesidad de construir una economía basada en buenos empleos desde el inicio, no solo corregir desigualdades después. Esto implica políticas industriales activas, alianzas público-privadas y gobernanza flexible para transformar las capacidades productivas hacia sectores más sofisticados. Un ejemplo es la agencia estadounidense ARPA-E, que fomenta el trabajo conjunto entre Estado y empresas para lograr objetivos tecnológicos y productivos, generando buenos empleos.
En este esfuerzo, es necesario comprender el rol de las nuevas tecnologías. La automatización ha reducido la demanda de ciertos trabajos –por ejemplo, los chatbots han reducido la demanda de operadores en centros de atención al cliente–, pero también ha creado nuevos trabajos donde los humanos mantienen una ventaja comparativa –por ejemplo, el diseño y supervisión de esos chatbots, que requiere conocimientos específicos en algoritmos y procesamiento de lenguaje natural–. La interacción entre ambas fuerzas será la que determine si, en el balance neto, la tecnología tiende a eliminar o a crear tareas.
Hasta el momento, hay motivos de preocupación: en Estados Unidos, los robots industriales han reducido empleo y salarios. En Colombia, sectores locales también han sido afectados por la automatización en Estados Unidos. Esto muestra que los efectos de las nuevas tecnologías no se limitan a los países que las adoptan, sino que también afectan a los demás países.
Frente a esto, la inteligencia artificial (IA) ofrece una oportunidad si se usa estratégicamente. Puede democratizar tareas antes reservadas a ocupaciones intensivas en habilidades. Por ejemplo, en Estados Unidos, funciones que tradicionalmente estaban reservadas a los médicos, como diagnosticar, tratar pacientes y prescribir medicamentos, fueron asumidas en parte por enfermeros mediante esquemas de capacitación específica, cambios regulatorios y apoyo tecnológico.
Adicionalmente, el actual reordenamiento de las cadenas globales de valor –por tensiones comerciales entre Estados Unidos y China– abre oportunidades para relocalizar actividades productivas, como ya ocurrió en Vietnam. Para aprovecharlo plenamente, se requiere una selección estratégica de socios comerciales confiables y con visión de largo plazo.
En suma, una sociedad más igualitaria no se logra solo corrigiendo al mercado, sino a partir de estructuras salariales y productivas diseñadas deliberadamente. La combinación de políticas industriales activas, uso democratizador de la IA y estrategias de relocalización pueden ayudar a construir esa igualdad desde la base.
Algo más…
Además de la dimensión económica, es crucial atender la cuestión de la dignidad laboral. Como señala Michael Sandel, el énfasis en las credenciales educativas ha desvalorizado el trabajo de quienes no poseen títulos universitarios y debilitado el reconocimiento de su contribución al bienestar social. Construir igualdad también requiere restaurar la dignidad de todo tipo de trabajo.
*Economista de la Universidad Nacional de Colombia.
Por Martín Sánchez*
