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Sátira sobre las políticas de ahorro del agua decretadas por Carlos Fernando Galán, el alcalde de Bogotá…esperen un momentico: ¿cómo así que Bogotá tiene alcalde? Sátira, más bien, sobre la posible inexistencia del alcalde Galán.

Anunció hace unos días el alcalde de Bogotá (porque sí: por raro e imposible que parezca, por descabellado e irracional y hasta metafísicamente escandaloso que suene, y por astrológicamente improbable y trigonométricamente imposible que se oiga, resulta que es cierto: Bogotá tiene un alcalde), anunció el alcalde, decíamos, que la medida de racionamiento de agua, vigente desde hacía más de un año, por fin llegaba a su fin.
Los medios salieron primorosamente a aplaudir al alcalde Carlos Fernando Galán, que lleva dieciséis meses en el cargo y el mismo período de tiempo sin dar señales de vida. Nuestro Galán parece muerto, pero al parecer no lo está, como el galán fantasma de la homónima comedia de Calderón de la Barca, que brinca la valla de un jardín para tratar de engatusar a una candorosa muchacha, haciéndose luego el muerto. Aquí el jardín es Bogotá y las candorosas muchachas somos los que aquí vivimos: los bogotanos.
Los trucos que utiliza Astolfo, el ánima calderoniana, son menos inventivos que los del Galán neogranadino. Astolfo hace una puesta en escena un poco tosca (lo rozan apenas con una espada en el hombro y él cae de bruces, echando alaridos), y una vez lo creen todos muerto, para salir sin ser visto, utiliza una especie de túnel que está groseramente a la vista de todos, pero que nadie nota. El Galán de estos lares, en cambio, es menos chambón, más sutil, y para esconder su condición de fantasma, emplea la táctica camaleónica de ir de arriba abajo, pa’un lado y pa’l otro, con una chaqueta michelín roja de prom de colegio. Él cree que el color de la sangre oculta su falta de vísceras, pero la artimaña no le ha servido, porque somos muchos los bogotanos que creíamos en cuerpo y alma que Bogotá estaba acéfala. Ni siquiera nos enteramos de la existencia del tal Galán cuando el periódico El Tiempo, en un pulcrísimo análisis político, lo declaró el personaje capitalino de 2024. Todo un logro para un hombre que no existe. El primero en felicitarlo en redes sociales, con bombos y platillos y confetis y serpentinas y a todo timbal, fue Juan Manuel Galán, su hermano.
- Felicitaciones, doctor Galán.
- Muchas gracias, doctor Galán.
Merecido reconocimiento para nuestro @Bogota @CarlosFGalan. En el @NvLiberalismo, su partido, reconocemos su presencia territorial permanente, su carácter firme y personalidad serena. Hoy está recuperando la confianza en nuestra capital. Ha gobernado únicamente en favor de los… https://t.co/biuaEAp2h0
— Juan Manuel Galán (@juanmanuelgalan) December 19, 2024
Fue recién ahora que nos enteramos de golpe de que sí había un alcalde a cargo. Un alcalde erudito, todo hay que decirlo, y experto en las ciencias milenarias del agua, que tuvo su rutilante chispazo eureka cuando, con miras a ahorrar unas cuantas gotitas de H₂O, aconsejó a los bípedos bogotanos bañarse en pareja. Pero eureka está hidráulicamente mal dicho: porque el doctor Galán habría censurado el uso irresponsable que hizo Arquímedes del agua de su bañera. Y, además, Galán no habla en griego; Galán habla en bogotano, porque él ama a Bogotá.
- Juemachica.
Queríamos saber más acerca de este curioso espectro que gobierna la ciudad y que tiene un olfato de sabueso para dar con respuestas inmejorables a problemas complejos, de manera que nos pusimos manos a la obra. En el transcurso de nuestra investigación leímos que, siendo un cachorro de político, militó en las toldas del partido Cambio Radical, donde fue amamantado por la sabiduría de su pepe grillo: el también doctor Vargas Lleras. Unos años más tarde, luego de haber sido director en dos ocasiones de esa gran cueva de Alí Babá, y con la terquedad de niño que se cree dueño del balón, decidió partir cobijas con su mentor y volar solito. Bueno, no tan solito: terminó volando con su ecuánime hermano Juan Manuel, con quien revivió la famiempresa del Nuevo Liberalismo, que de nuevo no tiene nada, y de liberal, pues menos. Pero que —eso sí— es rojo rojo rojo, como la chompa del doctor.
— “Chompa” es una palabra muy fea, como de abuelita. La mía es una chaqueta.
— Perdón, doctor.
— Fresco, cero grave.
Hambriento de más poder, y con su tierna vocecita de pocos decibeles, Galán decidió lanzarse a la alcaldía. Para seducir a los votantes, se sacó de la manga ese lema raro de “Bogotá camina segura”. Pues, para empezar, Bogotá no tiene patas con las cuales caminar, y, para continuar, si Bogotá camina hacia la seguridad, lo hace como los cangrejos: de p’atrás. Aun así, ciertos medios, que no hablan de alcalde, sino de burgomaestre, lo pintaron como el próximo prócer capitalino, destinado a la inmortalidad del mármol. Esos mismos medios se vieron luego en apuros para seguir regalándole hurras a los cíclicos cortes de agua de Galán cuando en la ciudad empezaron a caer las anheladas lluvias. No eran chipichipis, no: eran aguaceros como los de antes, que inundaron Bogotá de cabo a rabo. El alcalde holograma aprovechó entonces el papayazo semántico y cambió su lema. Ahora es: “Bogotá nada segura”. Pero con todo y que las calles se han convertido en largas piscinas olímpicas, el fantasma Galán, refugiado en el argumento terraplanista de que Bogotá es una ciudad waterproof donde llueve pero no hay agua, prosiguió en su empeño hidrofóbico por quitarles a los ciudadanos el placer de la ducha lenta y morosa. ¿A todos? Claro que no: solo a los pobres, porque los ricos de la nueva Atlántida suramericana tienen un tanque en su edificio. “Guerra de clases”, tronó, desde la tumba, su tocayo Carlos… Marx.
- Qué lucha de clases ni que ocho cuartos. Dígame, a ver: ¿entre cuáles clases? La mía no puede ser, porque los que salimos de 11A somos repacíficos. Hasta lo pusimos en nuestra chaqueta de ‘prom’. Vea: ‘make love, not war’. Eso significa: hagamos el amor, no la guerra. Es muy profundo.
- Pero, doctor Galán, una pregunta: ¿pueden hacer el amor en la ducha?
- Jum. Ahí sí me corchaste. Pero eso lo resolvemos ahorita, que me voy a echar una partidita de pádel. Chao pescao.
El galán fantasma de la comedia barroca de Calderón de la Barca, a fuerza de hacerse pasar por un fantasma, parece olvidar cómo es que se comporta un verdadero ser humano. Nuestro Galán fantasma parece ir en la misma dirección, dejando a la ciudad a la deriva. El tráfico empeora, el alcantarillado revienta en las calles, una de cada tres familias bogotanas pasa hambre, los ladrones roban más y los malandros andan como Pedro por su casa explotando granadas de fragmentación a plena luz del día, lo cual significa, en términos galanescos, que no pasa nada. Nada de nada, salvo que Bogotá nada segura.
A pesar de todo, y contra viento y marea, el alcalde tuvo la caridad inmensa de devolvernos el agua. La pregunta es por qué, si todavía sigue vivita y coleando la crisis de abastecimiento de la ciudad, según han dicho varios expertos. Tratamos de hablar con el burgomaestre Galán, pero estaba ocupado dándole al pádel. Sin embargo, tuvimos la suerte de encontrar para este reportaje lacustre una fuente poco consultada por los reporteros para entender la magnitud de la penuria del preciado líquido en la urbe principal del país andino. Se trata, ni más ni menos, que de Poseidón, el barbado dios griego de los mares y los ríos. Lo encontramos barriga al aire, tumbado en una hamaca, a la orilla del edénico río Bogotá, en medio de un paseo de olla junto con sus fornidos tritones, jugando parqués (iba perdiendo, con tres de sus fichas comidas y en la cárcel). Poseidón nos confesó que un fantasmita, un pequeño Gasparín, enviado personalmente por el jefe de fantasmas a través de la tabla ouija, tocó las puertas de su palacio submarino a pedirle ayuda para paliar la falta de agua en Bogotá. Poseidón también nos dijo, off the record, y haciendo gala de su impecable castellano, que enterarse de la situación paupérrima de Bogotá le prendió el deseo de ir él mismo en persona a pinchar con su tridente al alcalde Galán en su anagrama, es decir: en la nalga, pero que se retuvo por mera diplomacia.
Al final, el malgeniado dios olímpico decidió no ayudar personalmente a Galán. Pero como también tiene su corazón de alcachofa, le envió de vuelta con Gasparín una hoja con las instrucciones precisas de un ritual que lo solucionaría todo en un santiamén. Fuentes cercanas a Galán nos corroboraron que, efectivamente, el ritual se llevó a cabo. En las catacumbas del acueducto de Bogotá, Galán, de rodillas, rodeado de un círculo masónico de hombres y mujeres en traje de baño, empezó a cantar:
- Que llueva, que llueva, la vieja está en la cueva, los pajaritos cantan, la vieja se levanta.
En coro, con las palmas al cielo y puestos sus apretados gorros de hule de natación, sus viejos compañeritos de 11A replicaron:
- ¡Que sí, que no, que caiga un chaparrón!
Y el doctor Galán, casi llorando (y recogiendo, para reciclarlas y usarlas luego en sus duchas de pareja, sus lágrimas en un balde), y a capella:
- ¡Que sí, que no! ¡Con agua y papelón!
Agua parece que no tenemos los bogotanos, pero papelón sí: el que ha hecho y sigue haciendo nuestro querido alcalde Galán, el único fantasma en el mundo que gobierna una ciudad.
* Periodista: [email protected]
Por Tomás Uprimny Añez*
