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Ahora que Uribe volvió a ser noticia, el tema de la “traición de Santos” ha revivido. Volvimos a un discurso tan viejo como manido, que sigue dividiendo y probablemente volverá a incidir en las elecciones. No olvidemos que Rodolfo Hernández, además de ser un fenómeno extraño de abuelo en TikTok, encarnó al “no político” al que podían votar tanto los uribistas como los conservadores de corte liberal, al estilo Vargas Lleras-Santos, sin obligarlos a asumir bandos. Y todos vimos cómo terminó eso. Pero como los discursos también funcionan en ciclos que reflejan las obsesiones de quienes los enuncian, aquí estamos de nuevo, atrapados en el mismo sonsonete.
Uribe reapareció criticando la firma del acuerdo de paz de hace casi diez años y, en su ya predecible insistencia, intentó vincular a Santos con Petro. Una asociación forzada, pues no hay mayor enemigo del petrismo que el liberal burgués de la escuela santista. Lo llamó “solapado”, lo acusó de encubrir el asesinato de Álvaro Gómez, mencionó los fondos de Odebrecht y, de paso, sugirió un golpe de Estado con la participación de paramilitares y guerrilla.
Santos respondió con su estilo de provocador sofisticado, lanzando comentarios agudos y dándoselas de no perder la compostura. Con su característica condescendencia y una narrativa que agrede e incomoda, le dijo a su antiguo jefe que entendía su “desespero” por el juicio en su contra y, con un sarcasmo casi cruel, añadió que esperaba que lograra salir librado de “semejante lío”. La provocación fue efectiva: Abelardo de la Espriella lo llamó “tartufo, gago, infame y canalla”. Duque volvió a la regañina de la traición: “Idolatraba a Uribe para ser ministro. Fundó un partido con la U de Uribe (…) para luego emprender una persecución infame contra él”.
A este enfrentamiento de masculinidades, egos y traiciones entre el uribismo y el santismo se suma, como ruido de fondo, la eterna tensión entre liberales e izquierda. Mientras el uribismo le sisea al centro —en este caso, centro-derecha—, la izquierda le gruñe al centro-izquierda. Uno pensaría, en aras de la coherencia ideológica, que la izquierda despreciaría más a la derecha que al centro. Pero no. Hay algo en Uribe y sus sombreros que genera menos rechazo que Santos y sus trajes de banquero suizo.
Y ahora, como si la contaminación discursiva no fuera suficiente, se suma un tercer ruido: el de los liberales traicionados. Antes, para bien o para mal, los liberales llevaban con cierta compostura la agresión por ambos flancos. Pero ahora, el tono es menos el de Carlos Fernando Galán y más el de Alejandro Gaviria, quien responde como si nunca hubiera sospechado lo que sería el gobierno de Petro: corrupción, contradicciones ideológicas, una relación ambigua con el capitalismo y una falta generalizada de cambios reales, con toques dramáticos propios de un buen narciso.
Pero pese a tanta palabrería, los traicionados deberían llorar más su falta de vista que el comportamiento de quienes ahora resienten. Santos siempre fue un liberal poderoso y pragmático, ¿qué esperaban los uribistas? ¿Que fuese el mini-Duque, que ni Duque fue? Por otro lado, es hora de que la izquierda supere que los liberales sean aburguesados. Eso no significa que trabajen menos por las políticas públicas que benefician a los menos favorecidos. Sí, quizás no entiendan el sufrimiento de primera mano, pero es posible que aprendan a entender la urgencia de replantear las formas como vivimos. Finalmente, Petro siempre se rodeó de personajes cuestionados como Benedetti y Morris. Además, su gestión como alcalde de Bogotá ya había demostrado estar atravesada por la improvisación y la ineficacia. ¿Qué esperaban, de verdad?
Si seguimos estancados en esta tusa política, continuaremos atrapados en un eterno retorno de rencillas y reproches. Mientras tanto, los problemas reales del país siguen esperando soluciones que no llegan, porque sus líderes, en lugar de dejar de lado sus lágrimas por un país que lo merece, vagan errantes como amantes despechados.
