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Bogotá es una ciudad que funciona porque mucha gente hace un trabajo esencial que casi nadie ve: el cuidado.
Por supuesto, que una madre no tiene precio, pero más allá del sentimiento hagamos juntos un ejercicio simple. Si pudiera pagarle a su mamá, a su papá, o a esa persona –abuela, tía– que lo crió ¿cuánto le pagaría? ¿Cuál cree que sería la remuneración por el trabajo de mamá?
Antes de responder, ponga en la balanza todo lo que esa persona hizo: las noches sin dormir, las horas dedicadas a la casa, a ayudarle con las tareas, a llevarlo al parque, a asegurarse de que tuviera lo necesario para crecer bien. Piense en cómo ese apoyo sigue siendo clave incluso ahora que es adulto. Este ejercicio no es solo por decir que el cuidado “no tiene precio” de una forma romántica. Es para empezar a ver de verdad cuánto aporta este trabajo a la ciudad, en números y en bienestar.
Piense en la mamá que se levanta de madrugada, la abuela que ayuda con los nietos, la hija que cuida a sus padres mayores, o la persona que mantiene una casa lista para que otros puedan salir a trabajar o estudiar. Estos trabajos son la base de todo lo demás en nuestra ciudad. Sin ellos, nada se mueve. Pero aunque son tan importantes, no les damos el valor real que tienen, sobre todo cuando pensamos en cómo la ciudad organiza su economía o sus servicios.
La verdad es que, aunque hemos dado pasos importantes –como el Sistema Distrital de Cuidado aquí en Bogotá, una iniciativa valiosa–, casi siempre son las mujeres las que cargan con la mayor parte de este trabajo. Y eso muchas veces les quita tiempo y oportunidades para estudiar, trabajar o tener su propio proyecto de vida.
Para saber qué tan “rica” es una ciudad o un país, usamos el Producto Interno Bruto, el PIB. Creemos que el PIB mide todo el valor económico, que lo que no está ahí, no vale. Pero eso no es cierto. Como explica la economista Mariana Mazzucato, lo que entra en el cálculo del PIB no es algo fijo. Es una decisión. Decidimos qué actividades vamos a contar como “económicas” y cuáles no. Y esas decisiones, con el tiempo, pueden cambiar.
Dice Mazzucato en su libro El valor de las cosas que hasta 1960, por ejemplo, las finanzas –los bancos, las inversiones– no se contaban como algo que creara riqueza, solo la movían de un lado a otro. Solo años después se decidió incluirlas por completo en el cálculo del PIB. Este ejemplo es clave: nos muestra que decidir que algo “genera valor” en la economía depende de cómo lo miremos, de lo que decidamos contar. Mazzucato insiste: es hora de mirar de nuevo qué contamos como trabajo valioso y qué no, para que el cuidado deje de verse como algo “improductivo”
Si usted va al mercado, el valor de una papa o un computador es su precio. Pero piénselo: cosas tan importantes como enseñar a los niños, cuidar a nuestros adultos mayores o tener una casa limpia y organizada casi no reciben pago, o reciben muy poco. No tiene lógica, ¿verdad? Porque su aporte a la sociedad es enorme.
Por eso, es clave que en Bogotá y en nuestros planes de ciudad le demos un lugar real al trabajo del cuidado. Si valoramos y apoyamos el cuidado –por ejemplo, invirtiendo en más y mejores servicios públicos de cuidado, ayudando a quienes cuidan a tener mejores condiciones–, hacemos que sea más fácil para las personas formar familias, cuidar a los suyos y al mismo tiempo tener tiempo para trabajar, estudiar o empezar un negocio.
Aprovechemos este mes de mayo, el mes de las madres, para ir más allá de las felicitaciones y las flores. Si de verdad queremos reconocer a las mamás y a todas las personas que cuidan en Bogotá, lo que debemos hacer es darle valor real a este trabajo. Es hora de que la economía del cuidado sea vista, apoyada y reconocida por lo que es: el motor que mueve nuestra ciudad. Es el paso más importante para tener una Bogotá más justa, con más oportunidades para todos y todas.

Por Blanca Inés Durán
