Escribo esta columna desde la tristeza. He sido fiel a Avianca prácticamente desde que nací. Vuelos nacionales e internacionales. Desde los DC-4 que atravesaban cúmulos entre rayos y centellas, subían y bajaban como ascensores desbocados. Pasé a los DC-6 y luego al primer jet.
Viajaba en la cabina por invitación del capitán Carrasco, en la ruta Bogotá–Cali, a finales de los sesenta. Mañana despejada, todo tranquilo. Pero al tocar tierra el avión se fue de lado (Cali–Puerto). Silencio total. Carrasco maniobró. El avión zigzagueó de un lado al otro. Nos salimos de la pista y empezamos a dar tumbos por un potrero recién arado. Una...
