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La canción +57 cambió un fragmento de su letra: “mamacita desde los fourteen” por “mamacita desde los eighteen”. Parece que las víctimas de explotación sexual lo son hasta los 17 años y 364 días: al amanecer siguiente, todo es normal. Otro número de la indignación: 18.677, el universo provisional de menores reclutados a la fuerza por las extintas FARC, según la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP). Es una cifra efectiva para ataques políticos, pero relega la discusión sobre el abandono estatal que la ha incubado durante décadas. Todo menor reclutado es primero víctima del descuido del Estado, después de los criminales.
Entre las realidades que revelan +57 y 18.677 vibra un “número desconocido”: el crimen desorganizado que explota sexualmente a menores desde sus casas, impulsados por una cultura patriarcal y permisiva (que avala socialmente delitos como el incesto), una ciudad sin músculo educativo para afrontar esta debacle contra las niñas y las mujeres, e insuficiente en esfuerzos policivos reales y virtuales. ¿Quién guarda ese “registro oculto”?
Cindy*, de once años, llegó de Chocó a las laderas del Occidente de Medellín. Su madre la encomendó a un tío para que estudiara en una institución educativa (IE) del corregimiento San Cristóbal. Quien la debía cuidar la “vendió por internet”, su profesora notó el comportamiento extraño de la niña, la mamá se enteró por terceros…
Patricia* es especialista en “números desconocidos”. Llora al recordar a su alumna de séptimo grado. Licenciada en Matemáticas y Física de la Universidad de Antioquia, esta docente con título de posgrado ha enseñado en colegios privados y públicos desde 1998. En San Cristóbal, sus grupos superan los 45 o 50 adolescentes, de estratos 1, 2 y 3. Buena parte de ellos residen en ranchos de tablilla, familias del Pacífico desplazadas por la violencia. En los recreos, las “mamacitas entre eleven y fourteen” le cuentan que los fines de semana bajan al Parque Lleras para conseguir con qué llevar comida a la casa… o pagarse una fiesta de quinceañera.
“Muchas veces se denuncia por maltrato, los llevamos a la institución médica más cercana, pero tenemos esperar porque a la Policía de Infancia no le da”, asegura. Las sospechas de abuso, se remiten a psicología para la activación del código fucsia, pero es insuficiente para centenares de estudiantes ¿Cómo ser un “entorno protector” cuando servicios vitales como psicología dependen de renovación de contratos cortos?
Las historias de explotación sexual infantil que recién reveló “Aquí y Ahora”, de Univisión, se acercan más a la regla que a la excepción.
Patricia fue víctima de abuso a los once años, su hijo mayor nació de esa relación. Su obsesión es que ni su hija menor ni sus alumnas padezcan su dolor. “¡¿Cómo hacemos las profesoras para que nos oigan?!”, suplicó en un evento de conmemoración del #25N organizado por la Red Feminista Abolicionista de Medellín.
Toca afinar la indignación antes que el oído, mientras vibre el número desconocido.
*Fuentes protegidas
