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Puntos suspensivos


Alfredo Molano Jimeno
30 de abril de 2024 - 09:05 a. m.
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Hace casi dos meses me fui de Colombia. Allá dejé mi casa, mi familia, el caballo de mi padre y el periodismo. Llevo muchos días sin escribir. El silencio ya empieza a pasarme cuenta de cobro. Me siento huérfano de oficio, pero, sobre todo, oxidado de una práctica que he realizado casi a diario durante mis últimos 14 o 15 años. No sé vivir sin escribir, extraño la reportería y el vértigo de tener que descargar en el papel lo visto y escuchado antes de que se seque el sentimiento y esa impresión sea trastocada por los pensamientos propios.

Durante este largo tiempo, he rumiado esta columna. La he empezado y desechado. Esta columna es una deuda aplazada con quienes me han leído, en las páginas de este diario, de la revista Cambio o en los diferentes medios que algunas veces me abrieron sus espacios para que dijera lo que pienso y veo. Me voy de los medios por un tiempo. No digo que me voy del periodismo porque, así quisiera, no podría. Es una operación mental, un acto involuntario, una forma de vivir que, al menos en mi caso, ocurre haya o no haya medio donde publicar.

El periodismo me define. Fue este oficio el que adoptó a mi padre cuando huía de los estériles conceptos académicos. También fue el refugio de mi bisabuela Lola Collante, cuando salió de Colombia con sus hijos para instalarse en Panamá, donde trabajó en el periódico La Estrella. Este oficio también forjó la carrera de mi tío Ramón Jimeno. Y lo llamo oficio porque considero que está más cerca a la carpintería o la orfebrería. El periodista no se hace con el cartón sino con el oficio. Uno se hace periodista en las prácticas y no en las aulas.

Las noticias han sido el centro de la conversación familiar. De alguna manera, comentar las noticias ha sido y sigue siendo el principal ritual de mi familia. Mi hermano Marcelo es acucioso consumidor de información y un cáustico crítico del periodismo. Natalia, mi esposa, es una periodista de primera línea que, además de encontrar y contar historias en defensa de los derechos humanos y en contra de la corrupción, vigila con obsesión que yo no trasgreda los cánones del oficio con mis licencias literarias que ella critica con la misma inflexión que lo hacía mi padre.

Así que a quienes temen que deje el periodismo –y a quienes lo celebran– les digo: no se lo tomen tan en serio. Es un tiempo de silencio que, por una parte, me obliga por el cargo público que asumí y, por el otro, necesito para llenar de estudio, historias y de información este oficio que tanto amo, pero al que también le tengo críticas y reservas. Lo amo porque me lo ha dado todo y porque me atraviesa y constituye, pero también lo odio porque me ha quitado tiempo y tranquilidad. He perdido tiempo vital con mi gente por andar detrás de una historia, por tener que hacer un turno, por cumplir una meta de producción. Me he perdido momentos irrepetibles de mis viejos y les he robado tiempo a mis hijas que crecen a velocidades de ficción. Les he provocado enemigos inmerecidos a quienes me rodean, y me he jugado tan a fondo, que también he acumulado una alta dosis de frustración y hastío.

En ese trance, apareció una oportunidad de asumir mis convicciones desde un nuevo lugar: el servicio diplomático en México. Un país monumental cuya historia y luchas están hermanadas con las nuestras. Confieso que siento el llamado a aportarle al proyecto político de este Gobierno, no porque sea fanático del presidente y esté ciego ante sus yerros o debilidades, sino porque estoy convencido de que la izquierda llegó al Gobierno también por la larga historia de luchas que han dado generaciones de dirigentes que han sido asesinados.

Así que no dejo estas páginas embelesado por el poder; me voy a trabajar por lo mismo de siempre. Trabajaré por quienes migran con una estampita del Divino Niño por delante, por la gente del Pacífico, los llanos, los Montes de María y el Magdalena Medio. Eso sí, en cuanto la vida me dé la pata, regresaré a mi casa y al periodismo, a seguir luchando por un país donde no haya derroteros marcados de miseria y guerra para nadie.

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Sixto(kwupp)07 de septiembre de 2024 - 05:57 p. m.
¡Excelente! Digno hijo de su entrañable padre...
Francisco(bz384)05 de mayo de 2024 - 02:24 a. m.
¡Pase bueno, Catire!
jose(60774)03 de mayo de 2024 - 02:45 p. m.
"Buen viento y buena mar"
Edison(95126)03 de mayo de 2024 - 04:26 a. m.
Apreciado columnista, qué BUENA noticia que una persona con semejante INTEGRIDAD (preciosa herencia familiar) esté encargada de mejorar el desempeño de los funcionarios públicos en México....que por lo visto es otra actividad en la que Petro falló. ÉXITOS!
Concha(99107)02 de mayo de 2024 - 07:08 p. m.
Lo estrañaremos, que siga cosechando triunfos pero que regrese! Gracias por sus escritos
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