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El sumo pontífice es uno de los cargos más antiguos —y poderosos— de la historia. Además de ser obispo de Roma y soberano del Estado Vaticano, es el máximo representante de la Iglesia en la Tierra. Por eso, su elección es un proceso que se ha perfeccionado con el paso del tiempo.
Todo está listo para la elección del papa número 267 de la Iglesia católica: este viernes fueron instalados los hornos donde se quemarán las papeletas, y se montó la chimenea por la cual saldrá el humo que indicará si hay o no una decisión final. A partir del próximo 7 de mayo comenzará el cónclave, con la participación de 133 cardenales. Dos de ellos, Antonio Cañizares Llovera y John Njue, no asistirán por motivos de salud.
Como en otras ocasiones, esta reunión comienza rodeada de rumores: que uno de los favoritos, Pietro Parolin, está gravemente enfermo —algo que ya fue desmentido por el portavoz vaticano—, que dos cardenales habrían alterado sus fechas de nacimiento para conservar el derecho a voto en el Cónclave, o que el sucesor de Francisco será elegido en la primera jornada, es decir, el mismo 7 de mayo; algo posible, pero poco frecuente en este tipo de procesos.
Los registros vaticanos indican que, en el siglo XIII, una elección papal llegó a durar casi tres años: 1.006 días. Se buscaba un sucesor para el papa Clemente IV, y fue a raíz de esa extensa reunión que surgió el término “cónclave” —del latín cum clave, “bajo llave”—, ya que los cardenales reunidos en Viterbo, al norte de Roma, tardaban tanto que los ciudadanos, desesperados, decidieron encerrarlos en el recinto.
Según Il Fatto Quotidiano, la frustración popular fue tal que incluso arrancaron el techo del lugar y restringieron la dieta de los prelados a pan y agua. La votación secreta que resultó en la elección de Gregorio X se extendió desde noviembre de 1268 hasta septiembre de 1271.
Una de las primeras reformas de ese papa fue consecuencia directa de dicha experiencia: en 1274, Gregorio X decretó que, si el cónclave se prolongaba más de tres días, los cardenales recibirían solo una comida al día.
Aunque esta norma fue eliminada más adelante, reflejaba la necesidad de agilizar el proceso. En contraste, uno de los cónclaves más breves tuvo lugar en octubre de 1503. Tras la muerte del papa Pío III, cuyo pontificado duró apenas unas semanas, los cardenales se reunieron rápidamente para elegir a su sucesor. La elección recayó en Giuliano della Rovere —conocido como Julio II—, un influyente cardenal considerado el heredero natural al trono pontificio. La votación se resolvió en apenas diez horas.
La agencia AP también ha destacado los problemas de higiene que caracterizaban estos encuentros en siglos pasados. En los siglos XVI y XVII, los cónclaves eran descritos como “malolientes”, y no era raro que varios cardenales salieran enfermos o se produjeran contagios.
¿La razón? Los prelados no solo deliberaban en el mismo lugar, sino que también dormían allí. No había suficientes espacios para asearse ni buena ventilación. Se utilizaban catres dispuestos en habitaciones conectadas a la Capilla Sixtina, donde no se permitía el ingreso de personal de limpieza. Debido a esta “repugnancia”, como la describió el historiador Miles Pattenden, se decidió en 1996 la construcción de la casa de huéspedes Domus Santa Marta.
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