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Después de años al servicio de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, una labrador retriever negra llamada Ángel finalmente comienza una nueva etapa de su vida: la del descanso y el afecto familiar. Pero no cualquier familia la espera, sino aquella de quien fue su primer adiestrador, el sargento Justin, con quien compartió no solo entrenamientos rigurosos, sino también un vínculo profundo que resistió el paso del tiempo.
Ángel fue seleccionada en 2017 para formar parte del programa de Perros de Trabajo Militar del Departamento de Defensa. Desde entonces, fue entrenada como detectora de explosivos sin correa, una tarea que exige alto nivel de disciplina, olfato agudo y conexión absoluta con su adiestrador. A lo largo de su carrera, participó en operaciones en bases militares en Japón y Corea del Sur, cumpliendo labores estratégicas en contextos de alto riesgo.
La relación con Justin, su primer guía, comenzó con tropiezos. “Yo no era el mejor adiestrador y ella no era la mejor perra sin correa”, recuerda el sargento entre risas. Pero esa etapa inicial sirvió para forjar una relación de confianza y paciencia mutua. “Fue extremadamente testaruda, pero me enseñó a tener paciencia. Se convirtió en mi chica desde el primer día”, afirma.
Tras ser asignada a otros oficiales y completar sus años de servicio, Ángel fue retirada del cuerpo activo. En abril de 2025, gracias a la intervención de la American Humane Society, una organización que facilita el reencuentro entre perros militares jubilados y sus antiguos compañeros humanos, Ángel volvió a reunirse con Justin en Texas, donde ahora vivirá con él, su esposa y su bebé.
La jubilación de perros como Ángel no es un proceso improvisado. En Estados Unidos, el Departamento de Defensa establece que estos animales pueden retirarse entre los ocho y diez años de edad, dependiendo de su salud, desgaste físico o mental. En otras instituciones, como la Guardia Nacional de México o la Secretaría de Seguridad del Estado de México, los protocolos de retiro incluyen evaluaciones físicas y psicológicas alrededor de los ocho años.
El reencuentro de Ángel y Justin no solo representa el cierre de un ciclo profesional, sino también el inicio de una vida más tranquila y familiar. “Solo quiero consentirla y darle todo lo que tienen los perros normales”, comenta el sargento, quien también recuerda con cariño cómo la perra disfrutaba nadar en sus momentos libres durante las jornadas de entrenamiento.
Ahora, Ángel podrá disfrutar de días relajados, agua para nadar y la compañía de quienes la valoran más allá de su función. Un merecido retiro para una vida marcada por la lealtad, el coraje y el amor incondicional.
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