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“La locura es la única reacción sana para una sociedad enferma”- Thomas Szas
A propósito de reacciones, algunos lectores me escribieron sus percepciones- reacciones sobre una columna que escribí y el tema central era el fútbol de infancia, las condiciones en las que se jugaba; las anécdotas particulares de esas épocas ya idas, pero recordar se convirtió en un buen ejercicio catártico porque con el fútbol aparecen sentimientos como el amor, la locura y la muerte. Voy a transcribir algunos apartados de la misiva que recibí de un colega y amigo, a quien le agradezco su hermosa respuesta que aún resuena en mi cabeza y ha logrado conmoverme desde la época en la que me mandó su reacción: “Este texto es particularmente bello, me diste en la torre “infiel”, como decía un amigo. Definitivamente, las palabras que son de un amigo son como de uno, pero más estas que dices con esa claridad, esa cercanía, esa sensibilidad y esa precisión de haber jugado al fútbol y al amor. Allí está el encanto particular de esta columna. Me casa como anillo al dedo porque me hiciste recordar el escenario casero. Aunque no lo creas, yo jugué fútbol hasta que ingresé a la universidad y aún no recuerdo ni entiendo por qué lo abandoné. Te cuento esta historia que me sacaste del alma y del hogar… mi hermano mayor y yo hacíamos todo lo que cuentas, la cancha de la casa, los regaños de nuestra madre y todo… a él le gustaba el puesto ingrato y heroico de portero, y por ser mi héroe yo lo imitaba. Luego a mí me invitaron también a jugar, como portero, pero no en un equipo de fútbol sino de microfútbol, al gran “Escorpiones”. Jugábamos en la plaza de mercado de Caldas (Antioquia). Allí tuve grandes y lamentables jornadas, hasta el punto de ser cambiado. Después en el colegio jugué de defensa, pero nunca progresé porque como decía un compañero yo era tan decente para jugar fútbol que hasta protegía a los contrarios, él me decía, la patada más bajita en la nuca y yo solo me reía… Después pasé a ser el portero del equipo de profesores y allí tuve tardes inolvidables y otras de las que no quiero ni acordarme: un tiro al arco del equipo contario, un gol… mala tarde. Allí también jugué futbolito y sorprendí a grandes y chicos porque en mi primer partido anoté los 4 goles con los que ganamos, el primero de una seguidilla de goles que llevó a que me pidieran que no faltara nunca a los partidos”. Agradezco estos recuerdos porque no cicatrizan y no hicieron ningún daño, por el contrario, se hace remembranza para valorar más esas infancias en las que jugar era lo más serio que había. Hoy me acuerdo de mis experiencias y allí, siempre, aparecen mis hermanos y hermanas con un balón de por medio para gastarnos el tiempo que nos sobraba después de tareas y trabajos porque no todo era juego, había que “madurar” para enfrentar eso que se llamaba realidad y que no comprendíamos en su compleja dimensión. Gracias porque el fútbol se nos fue por los intersticios de los muchos años cumplidos, pero se quedó en el vitral de la infancia que recuerda que fuimos felices. ¡Lo juro!
Por Juan Carlos Rodas
