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¿Qué la llevó a ser editora?
Cuando pequeña sentí una certeza de querer dar lo que estaba recibiendo. Recibí mucho consuelo de los libros cuando era niña. Recuerdo que en un momento pensé: “Quiero generar esto en alguien”. Imaginarme el cómo me hizo pensar en un libro que consolaría a otra niña como yo. Hay muchos papeles que uno toma al hacer libros. Está el ser editora, pero también diseño los libros, otra actividad que me encanta. No estudié para eso y he tenido a muchos maestros y maestras que me han ayudado. También está el ser autora, que tal vez es el más difícil, el que más juega con tu tripa.
Hablemos de cómo se convirtió en escritora...
La escritura vino primero que la edición. He escrito muchos poemas a lo largo de mi vida, siempre de una manera confesional y personal. Tengo la idea de que todo el mundo escribe en secreto. Escribía cuentos y eso desembocó en el premio de literatura El Barco de Vapor, en 2012. Quedé en segundo lugar, pero le llamaron primera mención. De ahí salió “Pez quiere ir al mar”, mi primer libro como autora, que me dio la posibilidad de conocer a María Fernanda Paz Castillo, mi primera editora. Es como una telaraña tejida muy lentamente. Primero fue la escritura y luego, desde ella, darme cuenta de los roles que requiere el oficio y decir: “Quiero hacer el trabajo que está haciendo esta persona”.
¿Cómo se fundó Cardumen?
Eso empezó mucho más pequeño de lo que se creería. Estaba en la universidad haciendo una práctica editorial en “El Malpensante” y tenía una compañera de literatura brillante, Amalia Moreno Restrepo. Ella escribió un poema muy largo, y en esa época nos reuníamos a leer en voz alta, era algo casi sagrado. Me leyó el poema y le dije: “Hagamos un libro”. Lo imaginé de inmediato. En la revista conocí a Santiago Guevara, un gran artista. En ese momento solo había hecho la cubierta de una edición y le propuse hacer el libro. Le pasé los poemas, nos reunimos y decidimos armarlo sin preocuparnos por la editorial. Lo estructuramos dentro de una clase de énfasis editorial. Cuando terminamos, pensamos en enviarlo a Tragaluz, nuestra editorial favorita, o sacarlo nosotros. Ya estaba diseñado, editado, ilustrado y diagramado. Solo faltaba definir cuántos libros vender para cubrir la impresión. Decidimos publicarlo nosotros bajo el nombre “Cardumen”. Cardumen nació como una editorial de pequeños peces que se organizan y se reordenan para formar algo más grande. Luego llegó otro libro, otro cardumen, y así siguió.
Mencionó que “se imagina los libros”, ¿de qué manera lo hace?
Tengo un pensamiento muy visual y una relación con los libros muy análoga, muy del objeto y la sensación que deben dar. Cuando leo un texto, imagino las sensaciones que puede llegar a generar en un formato específico. Así concibo los diferentes formatos que adquieren los libros. No todos los textos pueden adaptarse libremente. Como editora en Planeta, trabajamos con colecciones. Está la edición de textos, que es muy importante, y hay otro paso más allá, que es editar pensando en el libro como un objeto que va a cargar la gente y que, como objeto, tiene que ser leído.
¿Cómo se relaciona con la escritura?
Llevo siete años, más o menos, escribiendo una novela en verso. Quedó finalista en el premio Aura Estrada, pero como mi oficio no es escribir, lo hago muy lento, como si no fuera mi trabajo, que es como me permito escribir. Tengo momentos de mucho silencio, y en este momento estoy en un período de fertilidad, y estoy dándole un giro. Una amiga me hizo una sugerencia muy importante que lo cambió todo, entonces estoy transformando toda la estructura y jugando con eso. Estoy emocionada pensando que ya casi termino.
¿Tiene algún ritual para la escritura?
Me encantaría, pero no. Para mí la escritura es un poquito como “El coco”. Creo que si tuviera un ritual, no le temería tanto. Tal vez para eso están los rituales. Escribir es un lugar muy vulnerable, y creo que los primeros 10 minutos son muy difíciles. Pienso que si uno puede pasar esos primeros 10 minutos, uno se vuelve antena de otras cosas y ahí se logra la escritura. Lo que me ha servido recientemente es escribir acompañada. Es decir, el estar sentada, escribiendo mi proyecto y que al lado esté alguien escribiendo el suyo, para mí funciona.
Su libro “nuncaseolvida” entró a la lista de los mejores en “The New York Times” en 2021, ¿qué sintió en ese momento?
Fue muy fuerte. Empecé a llorar y no entendía lo que sentía, no lo podía creer. Toda la situación fue incómoda, parecía que me habían dado una mala noticia. Solo lloraba y no entendía nada. Una compañera me dijo: “Tienes síndrome del impostor, creo que sientes que no mereces esto”. Cuando me di cuenta de eso me di permiso para estar feliz. Tengo el periódico en mi casa, debajo de la cama, aplastado entre dos cartones para que no se oxide. A veces, cuando le quiero “caer” a alguien, se lo muestro. No sirve para mucho más.
¿Cómo lucha contra el síndrome del impostor?
La escritura se mantiene como “El coco” y eso también es el síndrome del impostor. Pienso que una manera de luchar contra eso es hablar permanentemente con autoras y autores que también lo sienten, y decirles que uno hace haciendo. Hacer libros es un paso detrás de otro, ni tan grande ni tan pequeño. Todo el mundo escribe cosas todos los días, es bajar un poco las expectativas y decir: “No importa tanto”. Lo que uno cree que es un trabajo muy sagrado, que lo es, también es muy mundano. No estamos salvando la vida de nadie. Podemos hacerlo enfocados en el oficio, sin arandelas, como diciendo “Esto es trabajo, se hace lentamente y con cuidado”. Y ya.

Por Pablo Marín J.
