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¿Con qué necesidad o deseo surgió este libro?
Históricamente, el tema de las adicciones se ha abordado desde una visión moralista, alejada de lo científico y de la salud pública. Esto ha generado muchos mitos que confunden a la población sobre lo que llamamos “la problemática de las drogas”. Por eso, quienes tenemos formación y experiencia en este campo debemos cumplir una labor pedagógica: desmontar esas ideas erróneas y ofrecer una visión más clara, educativa y científica sobre las drogas, su consumo y las adicciones.
Uno de esos mitos tiene que ver con un asunto de clases: se cree que la adición es una situación que poco ocurre en los altos estratos. Hablemos de esa falsa creencia.
Sí, ese es uno de los principales mitos que se han ido configurando a lo largo de las décadas en torno al consumo de drogas: pensar que un drogadicto es casi siempre una persona en situación de calle, alguien que vive en condiciones poco humanas. Y no. La realidad es que hay personas adictas en todos los círculos y clases sociales, en todos los oficios. Incluso la persona adicta —no solo la consumidora recreativa— sigue, en muchos casos, funcionando de forma medianamente estable. En mi experiencia clínica he atendido médicos, maestros, políticos, periodistas y artistas. El nivel intelectual o económico no protege contra la adicción; de hecho, muchas veces facilita que la persona oculte mejor su problema. Y detrás de cada adicción hay una persona que sufre, que puede estar lidiando con depresión, ansiedad o un profundo desasosiego, aunque por fuera parezca estar bien.
También se ha dicho que las adicciones son un tema de ahora, que en otras épocas ocurría menos. ¿Eso es cierto?
Cuando se habla de consumo de drogas, siempre hay que considerar varios factores: el tipo de sustancia, sus efectos, las características de la persona que consume, el contexto en que ocurre y el espíritu de los tiempos. Cada época ha tenido su relación particular con las drogas. En los años 60, por ejemplo, el consumo formó parte de movimientos contraculturales, pero entonces no se conocían bien sus consecuencias. Décadas después, se evidenció el daño real, como ocurrió con los soldados estadounidenses en Vietnam y el uso de opioides. Hoy vivimos una nueva etapa, marcada por la banalización de los riesgos, especialmente con la marihuana. Los intereses económicos han promovido un discurso favorable, destacando sus supuestos beneficios, pero omitiendo que es una sustancia adictiva. Aunque no cause muertes inmediatas, puede generar sufrimiento profundo, vidas marcadas por la mediocridad, la apatía y una constante sensación de vacío.
Hablemos de esa deshumanización de las personas con problemas de adicción y cómo el Estado ha contribuido a fomentar esos comportamientos...
Existe una doble moral en el abordaje político de las drogas. Aunque muchos dirigentes afirman que se trata de un problema de salud pública y no moral, en la práctica, las políticas siguen marcadas por juicios morales. Si realmente se asumiera desde la salud pública, el país contaría con una red sólida de centros de tratamiento, programas de prevención eficaces y una mirada integral del fenómeno. No se trata solo de permitir el consumo y reducir daños; necesitamos políticas preventivas reales, especialmente enfocadas en la niñez, ya que la mayoría de las adicciones comienzan en esa etapa. Para eso, es fundamental reformular el sistema educativo, incorporando herramientas emocionales y de convivencia que fortalezcan a las personas frente a los riesgos del consumo. El Estado parece olvidar que somos un país con millones de víctimas del conflicto armado, muchas de ellas vulnerables al consumo y la violencia asociada a las drogas. Sin un enfoque centrado en la adicción —y no solo en la producción o el tráfico— no se resolverá el problema. La adicción es el eje de un fenómeno complejo que va desde la producción hasta la rehabilitación. Si no abordamos esa raíz con ciencia, prevención y atención integral, seguiremos alimentando el negocio ilegal y el sufrimiento de miles.
Teniendo en cuenta el panorama actual, en el que se resaltan los supuestos problemas de adicción de algunos políticos, ¿qué reflexión hace cuando, en lugar de discutir cómo abordar un posible problema de adicción desde la salud pública, el debate mediático se centre en usarlo para desacreditar un proyecto político?
Las drogas deben entenderse como un asunto de salud pública. Quien tiene un problema de consumo es alguien que necesita tratamiento, porque se trata de una condición de salud que debe abordarse médica y psicoterapéuticamente, sea quien sea. A mí me consta que Armando Benedetti, a quien se acusa, lleva ocho meses de abstinencia total, porque participé en su nuevo proceso de tratamiento. Y ese es el enfoque que se debe tener. Este tipo de situaciones deben manejarse en el ámbito íntimo y privado, pero con la claridad de que el tratamiento es necesario.
¿Cómo ha influido su oficio en su visión del mundo? ¿Lo ha hecho más sensible, más empático, más consciente?
Si no hubiera trabajado en temas de adicciones, depresión y ansiedad, probablemente pasaría por alto el sufrimiento de muchas personas. Hoy, si le preguntas a un padre qué más teme para su hijo, muchos dirán: “Que caiga en las drogas”. No es por ideología, sino por la realidad que todos hemos visto: las drogas destruyen vidas. No se trata de frivolidad ni de moralismo. Las drogas son un problema de salud pública, y deben ser prevenidas y tratadas con seriedad. El tema de la legalización de las drogas es más complejo. En un país con altos niveles de pobreza y millones de víctimas del conflicto, regularizarlas no solucionaría el problema; podría incluso agravarlo.
¿Y esto también lo ha hecho a usted más consciente de sus emociones? ¿Le ha enseñado a no quedarse con nada?
Indudablemente, la vida nos toca a todos, y cuando trabajamos con personas que tienen problemas de drogas, vemos un mundo sórdido. A las 3 de la mañana, alguien de estrato 6 puede estar comprando drogas al mismo dealer que uno de estrato 0 o 1. Las drogas afectan todas las esferas de la persona: moral, sexual, psicológica. Ver ese dolor es impactante, pero lo positivo es que sí se puede salir de las drogas, aunque es un gran mito que no se puede. La motivación para dejar las drogas suele ser fuerte, ya que nadie quiere seguir en ese camino. A veces, basta con ofrecer una mano para que alguien quiera cambiar, aunque salir requiere persistencia. La satisfacción de ver a alguien que salió del submundo del consumo y ahora es un líder o educador es increíble. La recuperación de la vida de una persona es algo muy valioso, y es algo que te hace crecer espiritualmente.

Por Samuel Sosa Velandia
