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En un contexto donde algunos gobiernos en Latinoamérica han reducido su apoyo a la cultura y la lectura, ¿cómo logra el Cerlalc sostener su trabajo con otros países?
El Cerlalc surgió hace más de 50 años en un momento en el que había una suerte de utopía sobre el trabajo colectivo, un proyecto generoso en el que los países se unían por la causa de la lectura y los derechos educativos. Ese interés ha disminuido, y eso se refleja también en los recursos. Por eso el trabajo supranacional es fundamental, porque los gobiernos cambian, y pueden hacerlo radicalmente. En Brasil, por ejemplo, el presidente Bolsonaro eliminó el Ministerio de Cultura, y ahora la gente está reconstruyendo todo el trabajo que se quemó en esos años. Sin embargo, con Brasil nunca dejamos de trabajar. Seguimos colaborando con las bibliotecas, con los planes de lectura y con quienes permanecieron en el sector. Encuentro en el Cerlalc un trabajo que ciertamente es por la cultura, la lectura y por los derechos educativos, pero es un trabajo político también.
¿Qué viene ahora para el Cerlalc?
Creo que el Cerlalc lo que ha hecho y lo que me corresponde a mí como directora es entender cuál es el espíritu de nuestros tiempos y tratar de encauzar la apuesta del Centro en esa dirección. Si bien no ofrece respuestas, sí le corresponde formular preguntas de manera colectiva y asumir un rol de mediación para llegar a consensos.
¿Qué tipo de preguntas corresponden para abordar el momento actual?
Hay muchas preguntas que abordar en diferentes frentes. El sector editorial, por ejemplo, es un sector cómodo, que vende, pero la venta no puede ser el fin último. Hay que apostar a que la industria comprenda su papel para apoyar o desestimar la pluralidad de voces de la región, que se cuestione sobre su impacto en la cadena de contaminación ambiental, que piense cómo garantizar la publicación en lenguas indígenas o cómo manejar los derechos de autor en el contexto de la inteligencia artificial. No se trata de llegar a estorbar, pero sí de problematizar. Quien está demasiado cómodo probablemente no se está haciendo las preguntas necesarias en términos de responsabilidad.
Y más allá de las preguntas, ¿cómo se puede traducir en acciones?
Pensemos en las bibliotecas. Pueden ser entornos comunitarios, pero también pueden convertirse en espacios discriminantes. A veces el único baño al que puede acceder una persona desplazada es el de la biblioteca, pero no se le permite usarlo. Si la población más marginal en un sector es la migrante, no se le puede prohibir la entrada a estos espacios. Entonces, en la Feria del Libro de Bogotá (Filbo) vamos a lanzar una guía llamada “Servicios de información local para personas migrantes: una ruta de atención desde las bibliotecas”. Este documento surgió del proyecto “Rutas de la palabra y la vida”, en el que trabajamos con Chile, Colombia, México, Perú y Brasil. Aquí, con la Biblioteca Nacional, hicimos un convenio para trabajar puntualmente con las comunidades.
Como profesora y autora, ¿cómo ha influido su experiencia previa en el trabajo que ha desarrollado este año en el Cerlalc?
En la academia he trabajado con preguntas sobre las mujeres, como la tensión entre lo doméstico, el trabajo de cuidado y lo laboral. Esas reflexiones académicas también están en el corazón del Centro. No específicamente el tema de género, pero aquí hacemos investigación todo el tiempo. La única manera de hacer un diagnóstico de un sector es a través de la investigación. Entonces, el trabajo académico que realicé durante casi 20 años ha sido fundamental. Las preguntas sobre la complejidad, el rigor frente a la investigación y la necesidad de abrir nuevas cuestiones y profundizar en ellas han sido herramientas —o al menos aprendizajes— que traje conmigo y que me han servido como un punto de anclaje.
¿Sigue escribiendo literatura?
Creo que el cambio del formato de trabajo, de la universidad al Centro, ha sido radical, y es curioso porque también he encontrado aquí una pulsión creativa que, de cierta forma, ha desplazado la escritura. Pero sería ingenuo pensar que estoy aquí de espaldas a ser escritora. Me parece muy interesante entender un poco cómo se mueven los círculos. Pienso en las barreras que las mujeres enfrentamos, en los retos que tenemos para dialogar sur-sur. Estar en el Centro me ayuda a entender el mercado y a entender también qué es lo que tenemos que hacer para que en efecto podamos seguir publicando.
¿Qué quiere hacer luego?
Me cuesta mucho pensar en esa respuesta. El futuro es como un espejismo. Usualmente, los liderazgos en el Cerlalc se renuevan hasta por cuatro años, y creo que ese es un tiempo razonable para hacer algo significativo en un lugar. Pienso que hay una cuestión que puede volverse muy adictiva, aunque no en un sentido negativo, como una adicción dañina, sino en el hecho de saber que tienes un espacio de incidencia y que esa incidencia puede ser positiva. Entonces, naturalmente, quieres seguir haciendo cosas. Pero también, como feminista, me he cuestionado mucho sobre esos deseos de poder y sobre lo que el capitalismo define como éxito. Para mí, en este momento, el éxito podría ser simplemente poder vivir tranquila. Es lo que hablábamos antes: preguntarse y no acomodarse demasiado.
¿Cómo surgió el gusto por la cultura?
No es inusual que las personas con una carrera creativa o científica vinculemos esa respuesta a un profesor o profesora de primaria. En mi caso, algunos maestros se dieron cuenta de que leía muy rápido lo que me asignaban en clase, así que me pasaban otros libros. Recuerdo que una profesora notó que me gustaba mucho un libro de Roald Dahl, y me recomendó otros. Luego, en el bachillerato, un profesor nos puso a leer a Shakespeare. Nadie entendía nada, pero él se tomó el trabajo de explicarnos y ayudarnos a ver qué estaba en juego en esos textos. Crecí en Cali, una ciudad que si bien tuvo un movimiento cultural muy importante en los setenta, también es racista y clasista. Venía de un entorno privilegiado, y fue la música y el cine los que me permitieron encontrarme con personas con las que normalmente no habría coincidido. Esa curiosidad intelectual fue muy importante para mí y me llevó a pensar en la literatura como una posibilidad de estudio.

Por Daniela Cristancho
