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“La muerte a veces no es lo peor que puede pasar por la violencia”: Yolanda Ruiz


Entrevista con la periodista sobre su nuevo libro “Los que quedan. La violencia no solo mata, a veces es peor” (sello editorial Aguilar), en el que, con el respaldo de su hermana Sandra, médica terapeuta, cuenta historias de supervivencia de víctimas de la guerra en Colombia.

Nelson Fredy  Padilla
08 de junio de 2025 - 01:00 p. m.
Yolanda Ruiz dice sobre su nuevo libro (a la izq. de la foto se ve la portada): “Lloré mucho mientras escribía… por tantas víctimas y por el dolor de lo que significa haber perdido a mis amigos”.
Yolanda Ruiz dice sobre su nuevo libro (a la izq. de la foto se ve la portada): “Lloré mucho mientras escribía… por tantas víctimas y por el dolor de lo que significa haber perdido a mis amigos”.
Foto: José Vargas
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Yolanda Ruiz Ceballos es una de las periodistas más reconocidas del país. Es columnista de El Espectador y de El País, de España, y recordada como directora de noticias en RCN Radio y Caracol Radio. En 2019 publicó el libro En el filo de la navaja, sobre dilemas éticos del periodismo, tema del que es consultora para la Fundación Gabo. Además, es la creadora, junto a María Elvira Samper, del pódcast Menopaúsicas, ¡y qué!
(Vea la entrevista de Nelson Fredy Padilla a la artista Doris Salcedo sobre víctimas de domicidio).

Me interesó tu libro recién publicado Los que quedan. La violencia no solo mata, a veces es peor, publicado con el sello editorial Aguilar, que cuenta 19 historias; desde Martín, un niño a quien la terapeuta le pide que pinte a su familia y dibuja tres figuras humanas sin cabeza, hasta los familiares de los falsos positivos. ¿Por qué decidiste dedicarlo a los seres humanos que dejan todas las formas de violencia en Colombia?


Este libro tiene una historia particular, porque nace de otro muerto que trabajé hace unos 30 años y nunca se publicó. Pero esas historias siempre me persiguieron, no solamente por la violencia, sino por los procesos que vivimos detrás los seres humanos, con todas nuestras falencias, con todas nuestras virtudes. En mi libro anterior escribí sobre los periodistas y nuestros dilemas éticos. En este trato de entender qué es lo que les hace la violencia a las personas. Hacemos conteo de víctimas y de muertos, pero no entendemos qué viene después. Eso fue lo que unos profesionales de salud empezaron a investigar hace tres décadas y yo empecé a seguir sus historias. Ahora decidí retomarlas y rehacerlas.


Un millón de veces hemos hablado de las víctimas de la violencia. ¿Por qué crees que hay que seguirles dando voz?


Porque debemos entender lo que nos ha pasado y eso significa sanar las heridas, no solo de quienes han participado directamente en el conflicto armado, sino en general como sociedad. Mientras no sanemos individual y colectivamente vamos a seguir replicando el círculo vicioso de la violencia. Tenemos que seguir dando voz a las víctimas porque, como dice el subtítulo del libro: la muerte a veces no es lo peor que puede pasar desde la violencia, lo peor llega para las familias sobrevivientes.


Escribiste: “Cada víctima merece ser narrada. Me digo que hacer visible lo que pasa en las emociones de los sobrevivientes puede ayudarnos a entender por qué la violencia se recicla”. ¿Por qué es trascendental trabajar por la memoria histórica de nuestro país con esa mirada?


En el libro digo que las razones de algunas personas para vincularse a algún grupo ilegal pueden ser muchas; sociales, económicas, en fin. Pero una de ellas es la venganza. Hay muchas personas que fueron víctimas y terminaron convertidas en victimarias. Y fíjate que muchas terminan cambiando de brazalete de un lado para el otro. La violencia se recicla. Eso no significa que lo hagan todas las víctimas, por supuesto que no. También cuento que algunas procesan sus dolores y hacen exactamente lo contrario y asumen unos liderazgos tremendamente positivos en sus comunidades. Es decir, la violencia transforma de una manera a veces positiva, a veces negativa. Hay muchos niños y jóvenes reclutados a la fuerza que tienen en su historia ya la pérdida de un padre, el desplazamiento, la violencia sexual, y todo eso es un caldo de cultivo para esa violencia que nos ha afectado durante décadas en Colombia. Tenemos que ver si la violencia también se alimenta de aquello que nos quedó en la cabeza, ser conscientes de nuestra memoria histórica para no repetir los mismos hechos violentos.


El libro tiene un valor agregado: no solo se construye desde tu experiencia periodística de cuatro décadas y tu investigación, sino que está estructurado a partir de los estudios de tu hermana Sandra, la médica a quien se lo dedicas por representar “a todos los que ayudan a sanar el alma de los que quedan”. Define a Sandra y el papel terapéutico que cumple con las víctimas y con el libro.


Sandra es terapeuta médica y durante prácticamente toda su carrera profesional estuvo trabajando con víctimas de violencia, muchas veces niños, pero también adultos, así como en procesos de reinserción de victimarios. Su vida ha estado vinculada a lo que significa el impacto emocional de la violencia. De la mano de ella escribí el que llamo el libro muerto de hace 30 años, cuando un grupo de profesionales empezaron a hacer ese trabajo mientras en Colombia no se hablaba todavía del efecto psicosocial de la violencia. Hoy ya se habla de eso gracias a que ellos abrieron el camino con un trabajo silencioso que hoy hacen muchos profesionales especializados en salud mental, que trabajan en el proceso de recuperación persona por persona, comunidad por comunidad, para restablecer ese tejido social y humano que se quiebra cuando hay un hecho de violencia como una masacre, un grupo violento que se toma una región, un episodio de secuestro, violencia sexual, violencia de género. Se quiebran tejidos de confianza, las emociones, se quiebra el alma, pero hay unas personas que ayudan a sanar. Entonces me pareció muy importante que Sandra diera la mirada profesional de quien entiende qué es lo que está pasando y, además, el libro es una manera de decirle gracias a ella y a quienes hacen ese trabajo.


Reconforta que existan personas como ella representando ese valor, a veces refundido, que definimos como humanidad y que es el espíritu del libro.


Representan humanidad por el otro, exactamente. Es que a mí me impresionaban las cosas que ella contaba, porque nosotros como periodistas también nos acercamos a cosas muy dramáticas y horribles, pero no llegamos hasta el punto al que llegan ellos, porque no tenemos tiempo o tomamos distancia. En cambio, estos profesionales se meten directamente a apoyar, ayudar entender, tramitar duelos, tramitar dolores, hacer catarsis, y eso en una sociedad como la nuestra debería ser mucho más visible, más valorado y lo deberíamos hacer más a nivel colectivo.


¿Cómo fue el trabajo de rehacer el libro con el apoyo de tu hermana, rescatando historias de los años 80 e incluyendo otras recientes?


Muy difícil. Fue como armar un rompecabezas, porque la primera sensación fue: voy a ajustar y arreglar algunas historias y lo publico. Pero había cosas fuera de contexto, habían pasado mil cosas después. Entonces, en el caso de ella, revisamos lo que pasó hace 30 años y lo que han evolucionado terapéuticamente. Miramos qué historias podrían recuperarse que permitieran hacer el análisis de antes y de hoy. Después descubrí que debía escribir un libro muy en primera persona.


Se vuelve muy testimonial. No solamente es el libro de una periodista, sino de un ser humano tratando de entender las raíces de la violencia.


Qué bueno, Nelson, porque en determinado momento estaba tan enredada entre el antes y el ahora como un costal de anzuelos. En medio de la reportería decidí que quienes fueran a sumergirse en el libro como lectores vieran el proceso de construcción y empecé a llevar un diario en donde comparto honestamente todos los problemas, las reflexiones y abro el proceso de escritura buscando la empatía de quien lee.


Sin perder el rigor de quien ha sido testigo de tantas violencias desde la toma del Palacio de Justicia en 1985.


Sí. Por eso todas las historias del libro están fechadas desde mediados de los años 80 y todas tienen un contexto histórico. Yo llamo a esos años “el periodo de las violencias”, porque después de la violencia de los años 50, la Violencia con mayúscula, el período más duro que hemos tenido en este conflicto que no para es el de la sumatoria de la violencia guerrillera, la violencia paramilitar, la violencia del narcotráfico y la violencia del Estado. Todo esto se cruzó y generó un proceso de violencia colectiva en campos y ciudades que hasta el momento, a mi juicio, no hemos entendido en su verdadera dimensión. Hoy hay gente que dice esto es lo más terrible que nos ha ocurrido, pero olvida que hubo épocas en las que las masacres no eran de tres o cuatro personas, sino de 35 o 40, las cortaban con motosierra, los cadáveres bajaban por los ríos; en una campaña presidencial mataban a tres precandidatos, mataban generales, alcaldes, aparte de decenas de policías y militares muertos, pasaba de todo. Es mirar al pasado para entender el presente de una sociedad que ha vivido y ha convivido con la violencia de una manera que no es sana.


El libro tiene un nivel espiritual, que entre líneas convoca a “abrir el alma” frente a nuestra historia y nuestras víctimas.


A la violencia le hemos metido mucho análisis, que es importante, y en busca de un porqué siempre tratamos de dar explicaciones estadísticas, pero pienso que nos hace falta abrir el alma, mirarnos a los ojos como seres humanos, porque todos hemos sido partícipes, sea como victimarios, víctimas o testigos. También muchas veces hablamos de los armados como los responsables de todos los dolores, pero hay muchos desarmados que se han aprovechado de la guerra y nunca han planteado la responsabilidad que tienen. Hay que entender que debemos conectar desde otro escenario a ver si nos perdonamos por esto que nos ha pasado, ver si seremos capaces de pasar la página alguna vez.


También dedicas el libro a tu hija Manuela, licenciada en Literatura, escritora y profesora de español, a quien le das gracias por “nacer en tiempos de las violencias” y porque su vida es tu esperanza.


Manuela nació en 1986. Toda esta etapa de las violencias de las que hablo en el libro me pilló estando embarazada, incluido lo del Palacio de Justicia, cuando yo empezaba mi carrera profesional y me acababa de graduar en la Universidad Externado de Colombia.


Te tocó pensar al tiempo en la importancia de ser mamá y de informar sobre la guerra.


Claro. Fíjate que en Menopáusicas hablamos con la escritora Laura Restrepo y ella nos recordó que tuvo un hijo en medio de la clandestinidad del conflicto colombiano y a la vez debió asumir que tener un hijo era como una resistencia por la vida. Yo sentí eso también. Por eso digo que Manuela fue mi esperanza y mi refugio. Hoy en día es una mujer adulta que me apoya mucho desde su criterio de escritora: siempre tiene una mirada distinta, es muy crítica y es más joven, entonces me tiene conectada con las nuevas maneras de pensar y eso para mí es absolutamente importante. En este libro me apoyó en el proceso de investigación, de contexto y en analizar la estructura misma, aparte del valioso papel de Jairo Patiño, mi editor en Penguin Random House.


Además de contar el proceso de duelo de familias ajenas rotas por violencias, incluiste duelos propios, especialmente de tres amigos, Antonio, José y Luis, uno asesinado, otro desaparecido y el tercero un marginado que se suicidó. ¿Por qué?


En los años 90 hice un par de páginas sobre ellos, porque en el proceso de trabajo de escuchar a las víctimas empecé a ver mi propio duelo y antes de escribir el libro se fueron apareciendo personas cercanas a dos de ellos, a las que no había visto hace más de 30 años. Empecé a ver esas sincronías, las coincidencias y me empujaron a escribir como catarsis. Lloré mucho mientras escribía. Mucho, mucho, para entender también la culpa por no haber estado allí, por no haberlos reivindicado, por no haberlos mencionado, por el dolor de lo que significa perder amigos. Es que en esa época era frecuente que a un líder estudiantil lo desaparecieran. Entraban a sus casas, se los llevaban, los torturaban; los muchachos se iban al monte, unos habían tomado la decisión, a otros los reclutaban en colegios y universidades. Y eran los amigos de uno. Entonces me parece que hablar de eso es también hablar de un pedazo de nuestra historia que se ha querido desdibujar y negar. El conflicto colombiano tiene muchos más elementos que decir que hay unos malos y una amenaza terrorista; no, es mucho más complejo que eso. Si no entendemos exactamente todo el contexto de lo que nos ha venido ocurriendo no lo vamos a superar. La guerra es atroz y ha sacado de todos los bandos cosas horrorosas, pero también permite descubrir cosas sublimes.


Sí, porque no cuentas solo tragedias individuales o familiares, sino ejemplos de sobrevivientes, como Lila y su hijo Santiago, la desplazada Marina o la exiliada Pilar. Ellos simbolizan también una esperanza.


En este libro está el golpe duro que da la violencia. Pero la violencia también genera un montón de procesos personales muy íntimos que en muchas ocasiones son positivos. ¿Cuántas mujeres violentadas se convirtieron en lideresas en sus regiones? Muchísimas. Muestran resiliencia, capacidad de volver a empezar, de entender y de perdonar, que también es muy grande así no sea obligación. Tenemos a los victimarios muy en el centro de la agenda y hay que ver a quienes hacen esfuerzos de otra manera, levantándose de procesos muy complicados.


Sentí el libro como un llamado contra la indolencia.


A que dejemos de ser indolentes en muchos casos de violencia que no queremos ver ni procesar. Que no justifiquemos que maten a unas personas. Ese es uno de los horrores que tenemos en Colombia y en el mundo, porque hoy se están justificando cosas atroces, como genocidios. No hay razones para decir: ese sí se lo merecía. Necesitamos entender el valor de la vida humana y ver a los otros como seres humanos, si no estamos perdidos.


En el libro vas hasta explorar zonas oscuras como las ganas de matar, los límites de la condición humana en Colombia.


Yo creo que aquí se han cruzado todos los límites de las condiciones de humanidad, todos los límites de la sevicia, si se quiere. Pero lo más fácil es creer que hay unos monstruos que no son humanos, que son distintos a nosotros. En mi anterior libro conté que cuando entrevisté a Pablo Escobar esperaba ver al monstruo y no lo vi, así haya hecho cosas horribles, porque la guerra saca lo peor del ser humano. En la medida en que entendamos esos excesos, empezaremos a no tolerar que se cruce ningún límite, a dejar de aplaudir y creo que podemos ser mejores personas y podemos tener una mejor sociedad.


Eso incluye pensar en la salud mental de Colombia como sociedad.


Total. Es hora de ver nuestra violencia desde el punto de vista de la salud mental, individual y colectiva. Como en cualquier terapia; mirarnos, hacer catarsis y tratar de sanar.


Tú ya lo hiciste y te nombras como una de las que quedan. ¿Con qué heridas o cicatrices quedaste?


Pues tengo las heridas de mis muertos, de mis dolores, de mi trabajo. No es tan sencillo estar contando historias de muerte. Pero el libro me permitió hacer catarsis, me permitió entender que las tengo y van cicatrizando.


No fue solo por asumir la menopausia, como tú lo haces.


Ja, ja, ja. No es por menopáusica. Aunque también cuando estamos en esa etapa, empezamos a revisar muchas cosas y hay muchas emociones encontradas. A lo mejor tuvo que ver con eso, Nelson. Yo creo que este era el momento, no era hace 30 años, sino en mi etapa de menopausia.

Nelson Fredy  Padilla

Por Nelson Fredy Padilla

Periodista desde 1989, magíster en escrituras creativas, autor de cinco libros, catedrático de periodismo y literatura desde 1995, y profesor de la maestría de escrituras creativas de la Universidad Nacional, del Instituto de Prensa de la SIP y de la Escuela Global de Dejusticia.@NelsonFredyPadi[email protected]

 

willian andres suarez diaz(23358)09 de junio de 2025 - 02:03 p. m.
Yolanda y María Elvira Samper son lo máximo, mujeres tan transparentes, tan decididas y tan llenas de mucha vida para dar a lo sdemás. Siempre las veo en menopausicas y ¡qué!, he aprendido resto
JORGE DANILO GUARIN OBANDO(m63ys)09 de junio de 2025 - 04:19 a. m.
Felicitaciones al periodista Freddy Padilla por la entrevista. Lo sigo con frecuencia.
JORGE DANILO GUARIN OBANDO(m63ys)09 de junio de 2025 - 04:18 a. m.
Señora Yolada Ruiz. Hermoso texto que ha escrito. Vale la pena una y muchas veces releerlo para sanar la mente y desterrar la violencia. Es usted una de las buenas y ecuánimes periodistas en nuestro país. A veces se ha descachado desde mi perspectiva, que no demerita para nada su trayectoria. Felicitaciones a usted y a su hermana Sandra, médica terapeuta. ¡Excelente binomio!
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