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El 13 de marzo, Teleantioquia difundió un mensaje que reducía la realidad de los habitantes de calle a una cifra fría: "$2.7 millones mensuales le cuesta una persona de esta población a la ciudad”, y la contrastaba —como si fuera un dilema— con el costo de atender a la niñez en Buen Comienzo. La comparación, basada en declaraciones del alcalde Federico Gutiérrez, no solo tergiversaba datos, sino que reforzaba una narrativa peligrosa: que los recursos públicos deben asignarse bajo una lógica de merecimiento y exclusión, como si fuera un juego de suma cero donde cuidar de una población implica descuidar a la otra, y hay grupos poblacionales que no merecen de la mirada estatal. Detrás de ese discurso no hay solo errores técnicos, sino una visión que fragmenta la sociedad entre quienes importan y quienes no, reafirmando y normalizando lo que Rita Segato nombraría como paisajes de crueldad.
Frente a esta realidad, el proyecto Derechos en Contexto: Medellín, drogas y disputas por el espacio, de Elementa DDHH, reveló un hallazgo contundente: en la ciudad persiste una división entre consumos “orgullosos” y “vergonzantes”, que excluye a ciertos grupos del espacio público y niega sus derechos. Pero ¿cómo combatir este estigma que condiciona incluso las miradas hacia quienes usan drogas?
Cartas a quien me mira, un proyecto de Elementa con el Colectivo Yonkismed y Corporación Surgir, y apoyo de la Fundación Almargen y el Museo de Antioquia es una apuesta que surge de complejizar la idea de ser vistos en el espacio público. La iniciativa contará la noción de que la mirada es un acto unidireccional donde hay unos que ven y otros que son vistos, y abre la puerta a pensar escenarios de conversación donde quien mira construye al otro a partir de sus propios prejuicios, estigmas y aprendizajes; y quien es mirado tiene también historias, respuestas, y sensaciones sobre la forma en que los demás le observan en la calle. En otras palabras: un diálogo entre ambas partes y donde quien ha sido históricamente observado también tiene una respuesta para las miradas que se posan sobre él. Cartas a quien me mira permite cambiar la dirección de la mirada, y pone el lente sobre lo que significa usar drogas en las calles de Medellín mientras se es visto por los otros.
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Pese a la creciente producción académica sobre poblaciones en situación de calle en América Latina, son menos comunes los estudios sobre sus memorias y experiencias desde una perspectiva que los reconozca como sujetos políticos y productores de conocimiento. Gran parte de las investigaciones se han centrado, al contrario, en enfoques asistencialistas, epidemiológicos o criminológicos, reforzando una mirada institucional sobre sus vidas, sin detenerse en sus voces y narrativas.
En las calles de Medellín, las personas que habitan la ciudad y usan drogas inyectables no solo cargan con el peso de la supervivencia diaria que viene con la habitancia de calle, sino también con el de un imaginario colectivo que los reduce a mitos: “peligrosos”, “perezosos”, “desahuciados”, “vidas sin valor”. Pensadoras como Judith Butler y Rita Segato nos recuerdan que el duelo público es un acto político, así que la repetición de la violencia produce un efecto de normalización que crea un paisaje de crueldad, y cuando ciertas vidas no son consideradas dignas de ser lloradas, su exclusión se naturaliza. Frente a esta violencia simbólica, surge una pregunta urgente: ¿Qué sucede cuando quienes han sido silenciados toman la palabra y deciden narrarse a sí mismos por encima de las narrativas que se tejen sobre ellos?
La exposición de Cartas a quién me mira ofrece una respuesta a ese interrogante. Reúne más de 43 manifiestos y collage escritos por personas que habitan la calle (la mayoría del colectivo Yonkismed) y que participaron en los talleres de escritura coordinados entre Elementa DDHH y la Corporación Surgir. Estos textos revelan la potencia de la palabra: la capacidad de asomarse a sus propias vidas, a su universo simbólico, a las heridas del estigma y el rechazo, y a la resistencia por el derecho a la ciudad. En ellos, las personas usuarias denuncian cómo la marginación funciona como un mecanismo de “depuración” del espacio público, negando derechos fundamentales y perpetuando ciclos de pobreza y violencia; y en otros muchos mantienen en pie la idea de que las miradas que reciben perpetúan la negación de su derecho a habitar la ciudad.
Medellín presenta la percepción más alta de exclusión hacia personas que usan drogas inyectables en comparación con otras ciudades como Cali, Pereira y Bogotá. Esta exclusión no se limita a la indiferencia institucional o social: se expresa en políticas de aniquilamiento, sufrimiento y apartheid urbano. En este sentido, aunque las personas habitantes de calle que consumen drogas poseen voz y agencia, carecen de esferas públicas donde expresarse y compartir las memorias de su experiencia en la calle, y esto se complejiza en tanto cada vez más se ven obligados a existir en entornos hostiles que buscan marginarles de los espacios de ciudad.
¿Quién es el sujeto de las Cartas? No hay una respuesta unívoca, sino un entramado de voces y posiciones. Sus cartas se dirigen a múltiples interlocutores simultáneamente: a sí mismos, en un esfuerzo por recomponer identidades fragmentadas; a sus familias, como intento de reencuentro tras el abandono; a la comunidad, denunciando su indiferencia; al sistema, cuestionando sus formas de exclusión; y a lo espiritual, en busca de sentido o redención. El resultado final no solo recoge las estrategias de reducción de riesgos de los Yonkis en sus propios términos, sino que las convierte en un artefacto gráfico que perfora el muro de lo decible y acerca a la ciudadanía voces que transitan la búsqueda por la reducción del estigma.
Las Cartas no quedarán guardadas en un cajón: estarán expuestas desde la mitad de junio y durante dos meses en las Vitrinas de Cundinamarca del Museo de Antioquia, ubicadas en una calle que, al seguirla hasta la esquina, desemboca en la Avenida de Greiff, principal punto de expendio y consumo de heroína en la ciudad. No es casualidad que sea una esquina cargada de experiencias complejas y dinámicas de uso de drogas, pues la apuesta es por que sea mirada y resignificada de las geografías del miedo.
Próximamente.
* Maria Clara Zea, investigadora de Elementa DDHH y Juliana Castellanos, investigadora de Elementa DDHH
** Elementa es una organización de derechos humanos feminista con sede en Colombia y México que trabaja desde un enfoque socio-jurídico y político en temas de política de drogas y verdad, justicia y reparación
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