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¿Se puede volver adicto a correr? Tenga en cuenta estas señales

La ciencia y la psicología deportiva han empezado a prestar atención a este fenómeno, conocido como “exercise addiction” o adicción al ejercicio. Aquí le contamos.

Diego Alejandro Suárez Guerrero
06 de junio de 2025 - 08:44 p. m.
Reconocer cuándo una pasión saludable se convierte en adicción no es sencillo, en parte porque la sociedad suele aplaudir la disciplina y la constancia.
Reconocer cuándo una pasión saludable se convierte en adicción no es sencillo, en parte porque la sociedad suele aplaudir la disciplina y la constancia.
Foto: Getty Images
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Cada mañana, antes de que salga el sol, decenas de corredores se aglomeran en los parques, pistas y senderos de las ciudades. Algunos lo hacen por salud, otros por placer, algunos más por desafío personal. Pero hay un grupo creciente de personas que parecen correr impulsadas por algo más profundo: una necesidad imperiosa, una ansiedad que solo se calma con kilómetros acumulados. ¿Es posible que correr se transforme en una adicción?

La ciencia y la psicología deportiva han empezado a prestar atención a este fenómeno, conocido como “exercise addiction” o adicción al ejercicio, una condición que, aunque aún no está completamente reconocida en manuales diagnósticos como el DSM-5 (El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales), es objeto de estudio en universidades y centros de salud mental alrededor del mundo.

El doctor Santiago Vidal, psicólogo clínico especializado en comportamiento adictivo y docente de la Universidad Nacional, ha atendido a lo largo de los años a varios pacientes cuyas vidas giran en torno a correr. “La adicción al running no se diferencia mucho, en términos neurobiológicos, de otras adicciones como el juego, la comida o incluso sustancias químicas. Lo que cambia es la percepción social. Correr es visto como algo positivo, saludable. Por eso es tan difícil reconocer cuándo se ha cruzado la línea”, asegura Vidal.

La distinción entre hábito saludable y adicción es, según él, sutil, pero clave. “Cuando correr se convierte en una obligación inflexible, cuando se corre incluso estando lesionado, con fiebre, bajo lluvia torrencial o dejando de lado responsabilidades personales y sociales, estamos hablando de una conducta adictiva. El problema no es correr, sino por qué se corre y qué se deja de lado para poder hacerlo”, afirma.

Uno de los aspectos que más sorprende del fenómeno es que tiene una explicación neuroquímica muy clara. “Correr estimula la liberación de endorfinas, dopamina y anandamida, sustancias que provocan una sensación de euforia, placer y bienestar. A esto se le conoce popularmente como ‘runner’s high’. El problema surge cuando esa sensación se convierte en la única vía de regulación emocional de una persona”, explica Vidal.

Las endorfinas son, de hecho, uno de los factores clave en la relación entre correr y adicción. “Son opiáceos naturales del cuerpo. En cierto sentido, son primos biológicos de la morfina. Es completamente natural que alguien quiera repetir esa sensación placentera, pero si esa búsqueda se vuelve compulsiva y empieza a generar consecuencias negativas, como el aislamiento social, el descuido de otras áreas de la vida o lesiones recurrentes, estamos ante una dependencia”, indica el especialista.

El miedo a parar

Más allá del componente químico, existe un factor psicológico profundo que impulsa la adicción a correr: el miedo a parar. Es un temor que muchas veces no se verbaliza, pero que está presente en los relatos de corredores extremos. “Muchos tienen miedo de lo que sienten cuando no corren. Ansiedad, irritabilidad, vacío. Algunos incluso reportan síntomas similares a la abstinencia”, sostiene Vidal.

La situación se agrava cuando la identidad del corredor se entrelaza por completo con la práctica. “Cuando alguien empieza a verse a sí mismo solo como un corredor, todo su valor personal se vincula a cuántos kilómetros corre o qué tiempos logra. Si por alguna razón no puede correr, su autoestima se derrumba”, explica. “Esto es particularmente común en quienes comenzaron a correr como forma de lidiar con problemas emocionales o crisis personales. El running fue su tabla de salvación, pero luego se convierte en una cárcel invisible”.

Un estudio, publicado en la revista Psychology of Sport and Exercise en 2021 por la Universidad de Southern Denmark, analizó a más de 1.000 corredores y encontró que el 28 % mostraba signos de conducta adictiva relacionada con el ejercicio.

El estudio utilizó el Exercise Addiction Inventory (EAI), una herramienta validada que mide seis dimensiones clave: saliencia, tolerancia, alteración del estado de ánimo, abstinencia, conflicto y recaída.

Los investigadores concluyeron que los corredores más propensos a la adicción eran aquellos que también mostraban altos niveles de perfeccionismo y autoexigencia. “El perfeccionismo disfuncional es un factor de riesgo importante. Estas personas sienten que nunca es suficiente. Siempre deben correr más, más rápido, más lejos”, explicó Mia Beck Lichtenstein, investigadora principal del estudio, en una entrevista posterior.

Vidal también hace énfasis en este punto. “Muchos corredores adictos no lo son simplemente porque aman correr, sino porque se sienten impulsados por una necesidad interna de control, de orden. Correr les ofrece una estructura rígida que los protege del caos emocional. Pero cuando esa estructura se convierte en una obsesión, ya no es una herramienta de bienestar sino una fuente de sufrimiento”, señala.

Las señales de alerta

Reconocer cuándo una pasión saludable se convierte en adicción no es sencillo, en parte porque la sociedad suele aplaudir la disciplina y la constancia. “Cuando alguien dice que corre todos los días a las 5 a.m., aunque esté nevando o llueva, la reacción común es iración. Pero si alguien dijera que toma vino todos los días a la misma hora, con la misma devoción, generaríamos alarma. Es la misma lógica adictiva, pero camuflada”, afirma Vidal.

Algunas señales que indican un posible problema incluyen:

• Incapacidad para dejar de correr, incluso cuando se está lesionado.

• Ansiedad, irritabilidad o tristeza profunda en los días de descanso.

• Uso del running como única herramienta para lidiar con emociones difíciles.

• Aislamiento social o conflictos personales por priorizar las sesiones de entrenamiento.

• Negación de las consecuencias físicas o emocionales del exceso.

Vidal subraya: “No se trata de demonizar el ejercicio. Al contrario, correr puede ser profundamente terapéutico. Pero como todo en la vida, necesita equilibrio. Cuando el running empieza a ocupar todos los espacios de la existencia, hay que preguntarse qué se está intentando evitar al correr tanto”.

Uno de los grandes desafíos al tratar esta adicción es que los pacientes no quieren dejar de correr, y muchas veces ni siquiera reconocen que tienen un problema. “Por eso el enfoque debe ser comprensivo. No se trata de quitar el running, sino de ponerlo en contexto. El tratamiento suele incluir terapia cognitivo-conductual, trabajo en autoestima, y en algunos casos, intervención médica si hay trastornos del estado de ánimo asociados”, explica Vidal.

También se trabaja en introducir variedad. “Muchas veces sugerimos alternar con otros tipos de actividad física, que no impliquen la misma carga simbólica. Incluso actividades pasivas como la meditación o el yoga pueden ayudar a equilibrar la compulsión”, comenta.

“Correr no está mal. Lo que está mal es correr para huir de uno mismo. Cuando el running se convierte en un escondite emocional, ya no es salud, es dependencia. Y como cualquier dependencia, necesita ser comprendida, atendida y tratada con humanidad”, puntualiza el especialista.

Diego Alejandro Suárez Guerrero

Por Diego Alejandro Suárez Guerrero

Comunicador social y periodista de la Universidad Externado de Colombia, con énfasis en comunicación creativa y medios emergentes.[email protected]

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Ivan Devia(98161)Hace 21 horas
Jajajaja haga el estudio con el ciclismo y verá
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