
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Wilson Cuaical tiene 43 años, de los cuales ha dedicado más de 20 a recorrer las montañas del Volcán El Cumbal, ubicado a una hora de Ipiales (Nariño). Su casa, en el municipio que lleva el mismo nombre, funciona como un refugio para aquellos turistas que quieren ascender hasta el cráter. Cuenta que tomó la decisión de ser uno de los guías de este lugar como herencia de su padre, pero, advierte que para deslumbrarse con estos paisajes, entre los que sobresale el Valle de los Frailejones, lo ideal es comenzar la caminata a las dos de la mañana. “Es un recorrido bastante exigente y frío, puede durar entre cuatro a cinco horas, dependiendo del paso”, asegura uno de los caminantes.
Mientras sube por el volcán, el más alto del departamento, recuerda con nostalgia que hasta hace un par de décadas esa zona estaba cubierta por un manto blanco, que le evocan las anécdotas que le contaba su abuelo, quien evidenció cuando este volcán era nevado. La que más le gusta contar es la de los helados de paila. Dice que esta tradición se originó en la época en la que el hielo dominaba el cráter y que “con hachas cortaban los bloques y los trasportaban en costales, ya fuera sobre sus espaldas o sobre caballos. Luego, lo vendían a los heladeros”. También extraían azufre para elaborar sombreros de paja.
En su niñez, anota Wilson, cuando subía al volcán —la primera vez fue a los siete años— todavía se podían ver algunas zonas con un poco de nieve y comenta que en su mente se quedó grabada la imagen de un ecosistema conformado por una montaña puntiaguda que terminaba en un pico nevado. Ahora, solo queda en su recuerdo, pues el glaciar fue declarado extinto en 1985, convirtiéndose en el octavo y último que desapareció en el país durante el siglo pasado. Pero, como lo explica María Fernanda Almanza, del Grupo de Trabajo de Paleoclima y Cambio Climático del Servicio Geológico Colombiano (SGC), que los glaciares desaparezcan es algo natural.
Para entender la razón, añade, hay que hacer referencia a unos períodos llamados glaciaciones, que se caracterizan por tener grandes capas de hielo, y los interglaciales, donde el clima es un poco más caliente y estas capas disminuyen. Entonces, como lo muestra la ciencia, la reducción de los glaciares en el mundo, en general, ha sido constante desde hace 10.000 o 15.00 años, cuando comenzó el actual periodo interglacial. Este patrón solo se ha visto interrumpido por cortos episodios fríos, como lo fue la Pequeña Edad de Hielo (PEH), registrada entre comienzos del siglo XIV y mediados del siglo XIX. Sin embargo, aclara que la tan acelerada desaparición de los glaciares ya no es un proceso natural, sino que es causada por el calentamiento global de hace varias décadas y recuerda que los procesos geológicos glaciares e interglaciares requieren decenas y cientos de miles de años.
A los ojos de Jorge Luis Ceballos, ingeniero geógrafo reconocido como el único glaciólogo en Colombia, este fue quizás el último cambio climático natural del que el hombre fue testigo y sucedió entre 1600 y 1850. Para ese momento, cuenta que los glaciares aumentaron su tamaño y, de hecho, dice que se podía llegar a la nieve al subir entre 4.000 y 4.200 metros sobre el nivel del mar. En la actualidad, para que se haga una idea, en los glaciares que aún le quedan a Colombia, el límite del hielo está a 4.800 metros de altura. Sin embargo, a finales del siglo XIX, principalmente a partir de la Revolución Industrial, se viene “presentando un fenómeno continuo de calentamiento y reducción de los glaciares en todo el mundo por el calentamiento global provocado por el hombre”, señala el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (IDEAM) en su informe Glaciares y Volcanes de Colombia.
¿Y los glaciares de Colombia? Gracias a los documentos y a la evidencia recopilada por los historiadores, naturalistas y pintores de esa época, como por ejemplo aquellos que conformaron la Comisión Corográfica, el proyecto científico del gobierno de la República de la Nueva Granada que inició el 3 de enero de 1850 y liderado por el ingeniero Agustín Codazzi, se pudo conocer que Colombia estuvo bajo la influencia de los períodos glaciales hace más de 35.000 años. Es decir, en ese entonces, las áreas glaciares del país tuvieron su máxima extensión, incluso, algunos de ellos comenzaban a los 3.000 metros de altura.
Los datos recopilados por la comisión, además de mostrarnos que en Sumapaz o Usme había nieve hace miles de años, también permitió hacer el mapa del país mediante una serie de levantamientos parciales. Luego, con el Atlas Geográfico e Histórico de la República de Colombia, que realizó Codazzi, conocimos, entre otras cosas, uno de los primeros inventarios de los glaciares que existían a mediados del siglo XIX en el país. En el documento, el ingeniero italiano detalla que hace cerca de 150 años existían 17 montañas glaciares, pero, en el siglo pasado, ocho de ellos se extinguieron. El Puracé, en 1940, fue el primero. (ver mapa).
Hace un par de años, cuando se estrenó el documental Causas elevadas, Ceballos, uno de los protagonistas de la cinta, alertaba que, en 30 años, Colombia podría ser un cementerio de glaciares. Las razones, contaba, era que nuestros nevados están en la zona tropical y son clasificados como ecuatoriales. Entonces, anotó, “esa ubicación en el planeta los hace altamente sensibles, son glaciares bajitos, no tan fríos; los glaciares más altos son menos vulnerables, porque resisten más al cambio climático”.
Un ejemplo que ponía Ceballos era el de los Alpes, en Europa, ya que cuentan con una temporada de invierno y una de verano y logran sobreponerse y recuperarse de esas variaciones climáticas. En cambio, los ecuatoriales, como los de Colombia, tienen cambios drásticos de temperatura en poco tiempo y, al final, no se adaptan y responden derritiéndose muy rápido. No en vano, los glaciares que se extinguieron el siglo pasado estaban entre los 4.200 y 4.800 metros de altura. Otros con los que contamos en la actualidad, como El Cocuy o el Nevado del Ruiz, están por encima de los 5.000 metros y podrían sobrevivir unas cuantas décadas más que aquellos que están por debajo de ese nivel, como el Santa Isabel (a 4.968 metros) que será el primero en extinguirse durante este siglo. Pero, como advierte el IDEAM, los glaciares del país están en un estado crítico y la mayoría desaparecerán para finales de este siglo, si se mantienen las tasas actuales de su deshielo.
Entonces, ¿qué se pierde cuando se extingue un glaciar? Lo primero que debe saber es que, como en Colombia hay tan pocos glaciares, se declara extinto cuando ya no tiene un solo metro de hielo. Muchos de ellos, dice Almanza, del SGC, cuentan con hielo formado hace cientos o miles de años, lo que le ofrece a los científicos un registro de cómo el clima ha cambiado con el tiempo. Es decir, guardan la historia climática del pasado y, dice la geóloga, cuando los investigadores pueden acceder y estudiar esos “núcleos de hielo, conformados por pequeñas burbujas que guardan la composición y la característica atmosférica del pasado, conseguimos conocer el único archivo geológico. Esta es la forma que tenemos de saber, de una manera precisa, la química atmosférica del pasado”.
En el caso de Colombia, además de perder la oportunidad de entender cómo era el clima hace millones de años y comprender mejor qué se puede esperar con el cambio climático, también finalizaría el aporte de agua de estos sistemas en épocas de sequías y podrían registrarse una serie de variaciones climáticas en las cimas de las montañas, agrega Almanza. Aunque en Colombia no dependemos en gran medida del agua de los glaciares, como sí sucede en Perú, pues apenas aportan entre el 1 % y el 10 % de agua dulce, estos ecosistemas son importantes por su valor paisajístico y cultural.
Al desaparecer un glaciar también estamos prendiendo una alarma que advierte que no está del todo bien el estado de la alta montaña, conformada también por los páramos y los bosques altoandinos, como cuenta Yober Arias, director de la organización Cumbres Blancas, que trabaja en la protección y restauración de ecosistemas de montaña. Eso sin dejar de lado la afectación en las tradiciones de las comunidades que han habitado las zonas aledañas a estos ecosistemas. Ceballos, por su parte, trata de buscar un lado positivo a este panorama y contaba hace un tiempo que “el páramo está colonizando esos espacios, la vida evoluciona. Los ecólogos y biólogos llaman a estos espacios nuevos ecosistemas o ecosistemas emergentes. El páramo se va extendiendo hacia arriba muy despacio”.
Esto, en palabras más sencillas, ha generado que en varias de estas zonas aparezca el paramillo o súper páramo, conocido por ser una zona de transición entre el páramo y las nieves perpetuas, como sucedió en el Nevado del Quindío o El Cisne. Pero, no se puede desconocer que estas prácticas podrían dejar desprotegidas las áreas más bajas de las montañas, que quedarían expuestas y vulnerables a actividades como la ampliación de la frontera agraria, por ejemplo.
El Cumbal, ahora uno de los sitios más relevantes del ecoturismo en Nariño y, sigue siendo custodiado por sus habitantes que intentan proteger cada una de sus riquezas. “A veces, cuando subimos con la comunidad para realizar actividades de restauración del páramo, se encuentran trozos de nieve y tratan de salvaguardarlo, como un tesoro”, relata Arias. El IDEAM aclara que es normal que las cumbres de estas zonas que fueron nevados aparezcan cubiertas con una fina capa blanca durante épocas lluviosas. Pero, aclaran, al ser solo una capa superficial, no se catalogaría como glaciar porque no cumple con el proceso de acumulación y compactación suficiente para convertirse en hielo.
Aunque ya no hay glaciar, los habitantes de la región tratan de mantener las tradiciones ligadas a él, como la de los helados de paila que, para Mariela Guerrero, librera de la zona, aún perduran entre las diversas generaciones. “Cuando era joven, esta historia me llamó tanto la atención que quise subir al volcán y terminé perdida dos días”, narra. Asegura que hoy, más de 20 años después, se acuerda de esta historia cuando pasa por las plazas de El Cumbal, Ipiales o la de Pasto y ve que todavía hay bloques de hielo, que se usan para los helados de paila, recostados sobre hojas de frailejón o plátano, rememorando aquellos días en los que El Cumbal era un nevado.
Los bloques de hielo desaparecieron de Puracé, Galeras, Sotará, Chiles, Pan de Azúcar, Quindío, Cisne y El Cumbal, pero su historia se ha tratado de tejer con las costumbres que surgieron en los territorios en torno a ellos. Ceballos dice que estos vacíos de información sobre su extinción se debe a que no existía en el país la cultura científica de registrar los cambios en los ecosistemas y no había mucha documentación de ellos, por eso, lo poco que se conoce es gracias a fotografías áreas y a acuarelas de años pasados. A pesar de que se derritió la nieve, la comunidad tratar de preservar su recuerdo y las costumbres que esta dejó se niegan a desaparecer.
Los glaciares que desaparecieron durante el siglo XX en Colombia
🌳 📄 ¿Quieres conocer las últimas noticias sobre el ambiente? Te invitamos a verlas en El Espectador. 🐝🦜
